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Consuelo García del Cid Guerra

A LA MEMORIA DE TRINIDAD PÉREZ, LA MONJA QUE FUMA-UN RELATO PARA DORMIR EN PAZ

A LA MEMORIA DE TRINIDAD PÉREZ, LA MONJA QUE FUMA-UN RELATO PARA DORMIR EN PAZ A LA MEMORIA DE TRINIDAD PÉREZ, LA MONJA QUE FUMA-UN RELATO PARA DORMIR EN PAZ

La primera vez que me pusieron ante un bastidor sentí tal atracción por los hilos de colores, las agujas y el ruído, que me olvidé de dónde estaba.

No había bordado en mi vida, pero llegó a seducirme tanto que me puse junto a la monja y le pedí que me enseñara.

La hermana Sergia me miró desconfiada, era imposible que alguien como yo quisiera aprender a bordar.Pensó que estaba tramando algo, y no me hizo caso.

Al día siguiente, insistí de nuevo. Creo que por agotamiento, me puso una tela pequeña y dibujó unas flores.Me indicó los primeros pasos y empecé.

No seguí el dibujo, me inventé otra cosa sobre el trazo, y resultó un extraño collage de colores bastante acertado.Pedí más telas y más hilos.Empecé a recoger todos los retales de tela que pillaba,cordones,trozos de cuero, y creaba pequeños cuadros de tela, escribía nombres, cosía lentejuelas, hasta llegué a coser mechones de pelo con poemas encima.

Como a la hermana Sergia no le gustaba ni lo entendía, y sin embargo sí apreciaba mi interés por bordar, me sugirió hacer algo con ella “en serio”.

Lo “serio” fue una mantelería horrorosa que hicimos juntas.El bastidor era muy largo y estrecho, medía más de dos metros.Conseguí convencerla para que me permitiera escuchar a los Beatles cuando comprobó que no sólo aprendía con rapidez sino que lo hacía más aprisa y , creo, mejor que ella.

Estaba claro, las monjas me redimirían por el bordado.No sé cuántas mantelerías hice yo sola, pero me colocaba el ruído de los hilos atravesando la tela, menudo chollo, pensé, hago lo que me gusta y se creen que soy buena.

Terminé bordando casullas de sacerdote y demás ornamentos para la iglesia.

Si a esto le añadimos que la hermana Pilar Sotomayor se empeñó en pintarme porque decía que tenía el mismo rostro que la virgen, pues estaba todo hecho.

Yo bordaba por las mañanas y por la tarde posaba para la hermana Pilar.Pero no sabía que ella pretendía colgarme de las paredes de la iglesia.

Terminó un cuadro tan grande, tan grande, que cuando lo ví, a medias, no se me pasó por la cabeza que yo podía tener algo que ver con la virgen.

Y el día de la fundadora, al entrar en la iglesia, veo mi cara, perfectamente reproducida, rodeada de angelitos y con un vestido que no acababa nunca entre blancos y azules: La nueva virgen era yo.

Me quedé helada, me salió del alma y grité: Hostia ¡¡¡ …

Todas las internas se echaron a reír.La cara de odio de las monjas iba en aumento, pero no interrumpirían la ceremonia.El cura llevaba una casulla que yo había bordado en hilo de oro.Como la hermana Sergia ya no me vigilaba, yo seguía el dibujo pero dejaba de una forma u otra mi señal.En la casulla del pobre sacerdote había escrito, entre grecas y flores, confundiendo en muy pequeños hilos, una frase: “Qué miras, majadero, no ves que es un letrero, soy Satanás”.Era imposible verlo si no te acercabas mucho, porque entre números romanos y una frase en latín, quedaba muy confuso.

Total, ahí estaba yo, en la pared, todos y todas rezando para mí, y el sacerdote con mi mensaje subliminal campando en el altar, bendiciendo y rogando, sermoneando y alzando los brazos.

Una mañana, la madre superiora me convocó en su despacho para felicitarme por mis habilidades y me propuso subir al taller de “labores de oro” donde sólo las monjas trabajaban, nunca había estado ninguna interna, por lo que debía tomarlo como un honor.Y lo fué, porque allí conocí a la hermana Trini. Se sentó a mi lado, era pequeña y dulce como un buñuelo, blandita y con azúcar.Se quedaba embelesada mirando mi manejo con la aguja y me traía caramelos, bocadillos y dulces, y nadie sabe el valor que esas cosas adquirían allí dentro.No era como las otras, lo percibí enseguida.A las doce del mediodía, le pedí que me consiguiera un par de pitillos.

-“Bueno, te los traigo, pero te los tienes que fumar en la huerta, escondida tras el portón de madera, yo vigilaré mientras tanto”.-

Bodadillos, dulces, caramelos y tabaco …la hermana Trini era mi salvación.Yo seguía bordando, y escribiendo mensajes.El siguiente fué :”No me creo nada”.

El convento entero rezando a una imagen de la virgen que era yo, el cura con mensajes imperceptibles en la casulla, comida y tabaco, qué más podía pedir.

Me sentía la dueña del cotarro, la jefa de la mafia, y todo con tan poco esfuerzo y sólo por bordar y bordar ¡¡¡

Estaba yo maquinando un tercer mensaje cuando la hermana Trini me trajo una caja preciosa con hilos de todos los colores.”Para ti, para que bordes lo que quieras”.

Me sentí culpable, mala, cruel.No podía seguir haciendo lo de los mensajes, además, tenía que decírselo.A las doce, cuando me trajo los pitillos, le dije que tenía que hablar con ella.

-“Hermana, he hecho algo horrible, y es que no quiero hacerlo más, no le va a gustar, se va a enfadar, pero tengo que decírselo”.-

Cuando terminé de explicarlo, me cogió de la mano y me llevó a la sacristía.Buscó las casullas y se puso a buscar detenidamente entre los bordados las frases que yo le había dicho, no las encontraba, estaban tan camufladas que no las encontraba, tuve que mostrárselas yo.

-“Esto no lo tiene que saber nadie, cómo has podido, gamberra, en todos los años de religiosa no he visto nada parecido,Consuelo que esto es muy grave, aquí se queda, tú no has hecho nada y yo no sé nada.”-

-“Gracias, hermana.No lo volveré a hacer, lo prometo. Es que me aburro tanto, me siento tan mal, no aguanto todo esto…”.-

-“Nunca diré nada.Pero ahora tú me vas a guardar otro secreto y así estamos las dos en paz.No lo sabe nadie ni lo tiene que saber nadie, pero nunca, nunca, nunca, está claro?”.-

-“Sí, hermana, claro, pero una monja tiene secretos? Qué secreto es?”.-

Y la hermana Trini me cogió uno de los dos pitillos, sacó un mechero y se puso a fumar.

-“Hostia ¡¡¡ solté.Pero esto qué es? Hermana Trini, usted fuma? Qué fuerte, madre mía, hermana, qué fuerte¡¡”

-“No blasfemes ¡¡ deja de decir siempre esa palabra ¡¡¡ sí, fumo, no lo puedo evitar, me gusta muchísimo, me tranquiliza.Además, los curas fuman, no? Por qué las monjas no podemos fumar, por qué?”

-“Tiene toda la razón, hermana,fume, yo ni muerta se lo contaré a nadie, me enterrarán con eso, se lo juro, hermana.”.-

A partir de aquel momento, la hermana Trini era mi mentora.Fumamos las dos a escondidas todas las mañanas y terminé por acostumbrarme a verla con el cigarro entre los dedos.Y fué mirando sus dedos cuando me dí cuenta de que llevaba un anillo de plata, a diferencia de las otras monjas, que lo llevaban de oro.

Le pregunté por qué ella lo tenía de plata.

“Porque yo ingresé en el convento sin dote.Todas las religiosas, o casi todas, ingresan con dote, bien en dinero, fincas ó joyas, porque provienen de familias adineradas, pero mi familia es muy pobre, no tiene nada, por eso mi anillo es de plata y yo hago los trabajos más duros, como ya te habrás dado cuenta.Pero estoy contenta, porque servir es el trabajo mejor para el señor…”.-

“Ni señor ni mandangas, es una orden clasista, ahora entiendo por qué siempre la veo fregando, cocinando y sirviendo a las demás monjas.Es una mierda, hermana, no es justo y es una mierda”.-

La hermana Trini  ya no era para mí una monja, se convirtió en mi cómplice. Era una mujer muy básica, apenas sabía escribir correctamente, cantaba mal, no formaba parte del coro, sólo fregaba, bordaba, cocinaba, y yo la acompañaba a todas partes.

Como dejé de ser la culpable y protagonista de todos los fregados, pensaban que su compañía me era beneficiosa, y que yo me “convertiría” gracias a ella.

-“Hija, tú no eres creyente y no creo que lo seas nunca, eres como San Francisco de Asís, rebelde y todo sentimiento.Tienes que moderarte en tus impulsos porque si no lo haces, vas a sufrir mucho en esta vida”.-

Creo que me dejó por imposible, porque nunca más volvió a hablarme de dios ni me condujo a rezar ni a arrodillarme siquiera.

Cumplí diecisiete años y me preguntó qué regalo quería.

-“Su pelo, hermana.Quisiera ver su pelo.Por favor, quítese la toca y enséñeme su pelo”.-

-“Qué cosas tienes, pero qué tontería, insensata,siempre pidiendo cosas difíciles…”.-

Pero se quitó la toca y me enseñó su cabeza, pequeña y rubia, con un pelo corto y débil que acompañaba sus ojos verdes.Al día siguiente, nos anunciaron la muerte de Franco.

Me negué a rezar, manifesté abiertamente mi alegría y la hermana se enfadó mucho conmigo.Muy pocos meses después dejé el colegio para siempre.

Antes de cruzar la puerta, busqué a la hermana Trini.

-“Yo no sé cómo despedirme de usted, no sé cómo hacerlo, usted ha sido la única que me ha entendido y me ha respetado y por eso la respeto y la quiero aunque sea una monja, y de verdad que yo no sé cómo despedirme de usted, hermana, porque yo volveré a verla, la buscaré, y cuando menos lo espere yo apareceré.”-

-“Vete y no vuelvas, esto no ha sido bueno para ti, acuérdate de todo lo que siempre te he dicho y guarda nuestros secretos, la vida va a ser difícil para ti si no cambias, Consuelo, yo rezaré por ti todos los días y todas las noches.”.-

Cuando estaba a punto de franquear la salida, volví la vista atrás y allí estaba ella, sonriendo. Casi gritando, dije:

“-Usted ha sido mi madre aquí dentro.Nunca la olvidaré, nunca.La buscaré y volveremos a vernos.”.-

Veintidós años después empecé a buscarla.El convento de Madrid había sido minado por goma 2 legal en una voladura controlada.Nadie sabía el paradero de la hermana Trinidad Pérez.Tras muchos esfuerzos dí con la casa de Roma, donde me informaron de que la hermana estaba en Marruecos, en el convento de Tánger, que era muy mayor y estaba muy enferma, que seguramente no me iba a reconocer.Llamé por teléfono y me confirmaron que sí, que ahí se encontraba, y anuncié mi visita para el mes siguiente pidiendo que no le dijeran nada excepto que le esperaba una sorpresa.

Tánger, tenía que ser precisamente la ciudad que me embrujó desde el primer momento en que la pisé, mágica como la hermana, diferente y mía.

Cuando apareció, viejita y arrugada como una pasa,en una silla de ruedas, me miró fijamente, pero no me reconocía.

Nos dejaron en una pequeña salita, yo no hice ningún esfuerzo por identificarme, sabía perfectamente lo que tenía que hacer para que me recordara.Encendí un cigarro, se lo puse en los labios, y saqué otro para mí.

-“Consuelo ¡¡ mi niña, Consuelo ¡¡”.-

Pasamos el día juntas, fumando y riendo.Tenía muy pocas fuerzas,ó tal vez una mala salud de hierro, pero seguía siendo ella.Le contaba a todo el que se cruzaba por la casa que yo había venido a verla desde España.Sé que la hice muy feliz.

Le dejé una bolsa grande con dos cartones de tabaco y una pequeña cajita.

-“Esto es para usted.Siempre le dije que volvería, y he vuelto.Usted va conmigo a todas partes porque la llevo dentro.”.-

Ilusionada y nerviosa, deshizo el lazo y abrió la cajita, que contenía una alianza de oro.Se le cayeron las manos como si fueran de plomo, se le humedecieron los ojos y me dijo con una voz tremendamente temblorosa: “Que mi dios te bendiga durante el resto de tu vida”.

Nunca más he vuelto a verla.Murió en 1999 en el convento de Tánger.La madre superiora me aseguró que la hermana Trini fue enterrada con el anillo de oro en su dedo.

Consuelo García del Cid Guerra

Noviembre de 2007

La hermana Trini murió un 6 de Noviembre de 1999.




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