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Consuelo García del Cid Guerra

pan y el doctor colby

Pan es un amigo de los de toda la vida. Llegó a la mía hace muchos años, y se quedó para siempre. Le llamamos Pan por eso de “Peter Pan”, es igualito físicamente, y además, no quiere crecer por dentro, y es más bueno que el pan.

 Pan es un desastre. Durante mucho tiempo, pensé que lo era porque sí, por sí mismo, porque estaba incapacitado para estructurarse mínimamente, porque no quería.

Pan es un gran informático. El mejor que he conocido y con el que he trabajado, siempre y cuando se le deje ir a su aire. Es incapaz de cumplir horarios y acudir puntualmente a una cita. Siempre me habló de su padre, médico, como el causante de todos sus desórdenes. Yo, sinceramente, creí que exageraba, que el mal hijo era Pan, no el mal padre el Doctor Colby.

Como Pan llega tarde a todas partes o no llega, hace un año que va en patines. Se los pone cuando se levanta y ya no se los quita en todo el día. Incluso algunas veces se ha dormido con los patines puestos. También lleva unas gafas sin cristales. Sí, sin cristales, pero no se nota. Las lleva para parecer mayor, porque aunque ya ha cumplido los treinta y dos, sigue pareciendo un adolescente. Aparece patinando, te mira, y de pronto se frota enérgicamente los ojos, ante los gritos de sorpresa de todos los que presencian semejante escena. El se parte de risa. Yo también.

De Pan puedo contar las anécdotas más disparatadas. He tenido que ir a buscarle, siempre de madrugada, a los lugares más insólitos. Una vez le detuvieron. Como siempre llega tarde, acostumbraba a ir por la calle corriendo. Un policía le paró y le detuvo porque su aspecto coincidía con el de un tipo que había robado un coche. Estuvo dos días detenido. Me personé en comisaría, y de pronto me encontré a mí misma hablando como una marujilla : “Mire usted, yo le juro que no ha hecho nada, es un chico atolondrado, pero incapaz de cometer delito alguno”.

En otra ocasión, me llamó a las tantas, ya había amanecido, y me dijo que estaba encerrado en un colegio, que las clases empezaban a las nueve y no podía salir.

-¿Pero qué haces tú ahí?, le pregunté.

-Me he enrollado con un profesor, guapísimo, estaba muy borracho, él ha desaparecido y yo estoy vestido de mujer, con plataformones y todo. Por favor, sácame de aquí.

Tuve que despertar a mi hijo mayor para que me llevara en su coche. “Ya, mamá, me dijo, como vuelvas a meterte con alguno de mis amigos, te recordaré ésta. Está chalado, pero le quiero mucho. Ay, Pan…”.

Su condición gay es un orgullo para él. Pan es el verdadero orgullo gay. Canta una canción del famoso dúo cómico “Martes y 13”, con la que yo me ahogo de risa: “Yo soy de España, señores, y en España yo he nacido, porque yo, soy natural…y aquí tengo mi bandera roja y gualda, “que igual dá”…vestido de lagartera, de albañil o de fiscal, que nadie en el mundo entero, de mí pueda murmurar…soy maaaaaricón, maricón, de España…siete letras como siete días trae la semana porque soy , maricón”. Lo hace con una maestría cómica única. Pan es un gran actor.

Un verano decidió dedicarse a fabricar jabón. Lo vió en una película de Brad Pitt. Nos pedía el aceite reciclado a todos los amigos, que apestaba a pescado y a carne refrita, compraba sosa y de todo eso salía una cosa compacta y negra que él aseguraba era jabón. Y pretendía comercializarlo. Su casa se llenó de piezas cuadradas negras que entre todos le comprábamos para, acto seguido, tirarlo a la basura, porque en lugar de limpiar, parecía que aquellos adoquines negros apestosos te iban a ensuciar sólo con la vista. Aquel mismo verano, una de las veces en las que acudí  a su casa con bolsas de comida, pasta de dientes y demás, confundió el gel de baño con crema hidratante. Se quedó en la terraza tomando el sol y se durmió, rebozado de gel de baño. Al despertarse era una pura ampolla.

-Pero qué has hecho, Pan, que era gel de baño ¡¡¡

-No me he dado cuenta. Mira cómo estoy…

Las urgencias médicas, las saunas y los locales de ambiente gay son su segunda residencia, además de todos los domicilios de los amigos cuando le echan del último piso que no puede pagar. Porque nunca puede, y es que no sabe.

En el último año se ha dedicado a rodar documentales y videos musicales. Si se le deja a su aire, sin fechas de entrega ni horarios, es un gran profesional. Me mostró un documental , entre tímido y asustado, esperando mi reacción. Lo contemplé sin decir palabra. Al finalizar, me preguntó:

-¿Bueno, qué te parece?

-Pan, estoy muy orgullosa de ti.

-Ay ¡ de verdad? Nunca me habías dicho eso…

-Lo estoy. Es muy bueno, es realmente bueno, Pan.

Y se echó a llorar como un niño.

Hace ya mucho que se lo perdono todo. No sé si tiene remedio, pero es una de las personas más buenas que conozco. Y me siento en deuda con él, porque no he sido del todo justa. Su padre, el doctor Colby, al que nunca quise conocer, apareció en escena no hace mucho. Entonces comprendí muchas cosas.

-Oye, que mi padre está en el clínico, ha montado un numerito de los suyos.

-¿Qué pasa?

-Ha intentado suicidarse con horchata.

-¿Con horchata? ¿Pero tú estás borracho, Pan?

-No, yo no, mi padre sí. Ayúdame a ingresarlo en psiquiatría, que no quiere. Te digo que se ha intentado suicidar con horchata, y además, lo ha grabado todo en video.

El doctor Colby estaba en su casa, una mansión de más de cuatrocientos metros donde tiene su consulta privada. Se sentó en el salón azul, puso en marcha la cámara de video y empezó a despedirse mientras engullía tranquimazines y horchata. Doce botellas vacías se amontonaban sobre la mesa. Llamó a la sirvienta, Deby, para pedirle seis botellas más de horchata. A los pocos minutos se las llevó sin decir palabra. El doctor Colby estaba muy borracho. En el otro extremo del piso se celebraba la fiesta de cumpleaños de la novia del doctor. Se escuchaba el timbre constantemente y los invitados llegaban de tres en tres. Al ser la casa tan grande, ambos extremos quedaban aislados. Es decir, en la parte norte, el doctor Colby filmaba en video su suicidio mientras la sirvienta le traía más botellas de horchata como si tal cosa, y en la parte sur se celebraba un cumpleaños. Ambas partes parecían existir por separado ignorando fiesta y suicidio.

Pan y yo fuímos a casa del doctor. La novia estaba muy nerviosa.

-¿Pero cómo es posible que tú estuvieras en una fiesta y no te dieras cuenta de nada?

-Oye, Pan, tu padre es tu padre. No es culpa mía, es culpa de Deby, que no se dio cuenta de que se estaba suicidando.

No, me dije, si al final la culpa la va a tener la pobre sirvienta. Deby apareció con gesto despreocupado.

-Perdone, señorito Pan, pero el estado habitual del doctor es ése, borracho. Ayer mismo tenía la sala de espera llena de pacientes esperando, llegó borracho, hasta se cayó al suelo, y ningún paciente se fue, a pesar de verle con una merluza descomunal, se quedaron todos hasta ser visitados por el doctor. Borracho.

Yo estaba presenciando un espectáculo tan dantesco como cómico. Pan y yo nos dirigimos al salón azul.

-Espera, me dijo, vamos a ver el video.

El doctor Colby, balbuceando, decía : “Este es mi último mensaje para todos vosotros. Mi vida no tiene sentido. Mi ex mujer es una monja de clausura que no entiende nada de la vida y para quien soy culpable hasta de la bomba atómica. Mi hija mayor se pasea por Bélgica con una nariz de plástico rojo, como la de los payasos, y un gran cartel que dice: “Abrazos gratis”. Mi hijo pequeño es maricón y nunca lo voy a aceptar. Me voy para siempre y os deseo a todos que seais muy felices”.

Pan se reía a carcajada limpia. Yo intentaba no hacerlo, pero era muy difícil.

-“Este es mi padre. ¿Ves como no exageraba al hablar de él? Aquí tienes su último numerito, y menos mal que está grabado, porque si te lo cuento no me habrías creído…”

-Pues no, la verdad, no. Mira que he conocido chalados, pero como éste, ninguno.

-Imagínate entonces la infancia que he tenido, porque esto no es nuevo, esto es lo de siempre…

-¿Y tu madre?

-Mi madre, que es una santa, le dejó después de treinta años de matrimonio infernal, y encima el juez decidió dividir en piso en dos, porque mi padre tiene aquí la consulta, y se encontraban por los pasillos cuando ya estaban separados y con una sentencia absurda. Al final, ella se fue a vivir a Mallorca huyendo de mi padre, de la casa dividida en dos y de todos nosotros.

-Bueno, y ahora, ¿qué?

-Tiene que quedarse ingresado. Necesita un “shock”. Conozco a mi padre. Vamos a casa de Sonia y Ernesto.

Le dejé hacer y me dejé llevar. La hija pequeña de Sonia y Ernesto es mi ahijada, Piera.

Tenía entonces seis meses. Yo no tenía ni idea de los planes de Pan. Llegamos a casa de nuestros amigos y sin mediar palabra, suelta: “Sonia, necesito que me dejes a Piera una hora, sólo una hora”.

-No ¡¡ -exclamé- no serás capaz de lo que estoy pensando¡

-Completamente. Mi padre está como una cabra y no tiene arreglo. Necesita algo fuerte y muy impactante para reaccionar, después ya lo apañaré a mi manera.

Llegamos al hospital clínico con Piera en brazos de Pan. Entró en la habitación y el doctor Colby exclamó : “Pero quién es este bebé?”

-Mi hija Piera, papá. Quería decírtelo en el momento adecuado pero como no dejas de hacer barbaridades…

-Una niña ¡ una nieta¡ pero quién es la madre? Pero tú ….

-Fue una noche loca, papá. Pero su madre es una gran amiga mía, Sonia. No te preocupes por nada, la niña tiene padre y madre.

El doctor Colby se quedó ingresado en psiquiatría. Pan y yo regresamos a casa de Sonia y Ernesto a devolver a la pequeña Piera, que se portó como un ángel.

Pan desapareció, patinando, por la calle Balmes….

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