Blogia
Consuelo García del Cid Guerra

9mm

Son el diablo y las cargan los hombres. Forman parte de un juego peligroso a modo de atrezzo en los falsos viajes organizados de aventura. No disparan a matar, pero la acción es la misma. Afrenta y tienta. Duelo de hombres débiles

con un simulado Sansón entre los dedos. Muchos no las han tenido nunca. Otros solo las han tocado. Siempre están heladas. Mucho más que frías. El fuego que lanza tiene la fuerza del odio y nos deja en el lodo. Sucios.

“¿Jugamos a matar?”, dicen los niños.

“ O vienes ahora mismo o te mato”, decimos los adultos.

Resulta excitante. Su retroceso lleva hacia atrás, como recordándote que sigues siendo débil y no estas preparado. Tus huellas se convierten en prueba. De vida o de muerto. Son una amenaza. Una sensación extrema más allá de la razón. Misterio y peligro.

Se pierde la mente y la mentalidad al tacto del metal. Caben en el bolsillo, se cruzan al cinturón o se esconden en el bolso. Si están, si la tienes, te comportas de un modo diferente. O tienes miedo o te sientes más fuerte. Tener o no tener.

Si la has conseguido, sabes que estas fuera de la ley, y que solo por eso puedes ser detenido. Entonces, tienes derecho a permanecer callado y cualquier cosa que digas podrá ser utilizada en tu contra. Esas mismas palabras se repiten inconscientemente ante el indefenso. Seas tu o sea el.

Se las regalamos a los niños para que se entretengan jugando a guerras imaginarias. Las hemos visto de plástico, de juguete, de agua, de pintura. Pero cuando una autentica pasa por tus manos, no se olvida. ¿Esta cargada? Preguntas. Un “no” te tranquiliza. Y la observas, la acaricias, hasta la hueles.

Pero un “si”, son palabras mayores. Te asfixia. Pesa. La miras y sabes que te puede matar y que puedes matar. Que no es solo un objeto, es locura, impulso y respeto. Casi o mas que a un cadáver. En cualquier caso, igual que la muerte. Excita, duele, provoca, suda, altera los sonidos de todas las gargantas.

Pueden o puedes poner a alguien contra la pared. Arriba las manos. Las piernas abiertas. No eres nada. No eres nadie. Ella lo es todo. Es femenina, aunque no tenga sexo. Objeto. Poder. Sangre. Secreto.

“Lleva una pistola”, y entonces es otra persona. El llevaba una en la cartera. Durante varios meses la mantuvo cargada. Ella lo sabía. No iba a matar, quería matarse. Ella se la robo una noche mientras dormía. Arranco el coche a toda velocidad sin rumbo fijo. Buscaba un pueblo perdido. Cualquier lugar poco conocido u olvidado, donde no pasara nada. Temía el control policial de carretera. Continúo conduciendo rápidamente. Sin saber por que, giro bruscamente ante el cartel que anunciaba el nombre de un pueblo que nunca en su vida había oído. Un riachuelo estrecho parecía el lugar perfecto. Saco la pistola de la guantera. La froto con un pañuelo de papel. Le temblaban las manos. “Ahora”, se dijo, y sin dudar un segundo, la lanzo al agua. Dio marcha atrás y regreso a casa. No como si nada, pero con mucho.

Dos días después, el dijo: “Sabes que me salvaste la vida”.

-No –respondió ella. Solo tire la pistola.

-Me habría matado. Sabes que me habría matado. Pensaba pegarme un tiro en la sien al día siguiente.

-¿Por que al día siguiente?

-Porque necesitaba el día anterior para pensar en toda mi vida y en toda mi muerte.

0 comentarios