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Consuelo García del Cid Guerra

causa de la muerte


No ha comido. Busca monedas en el interior de los bolsillos, las justas para llamar desde una cabina. Hace sol. Su rostro cetrino delata una permanente noche insoportable. Parece un conde drácula. Se muerde las uñas. Come pipas echando las cáscaras al suelo. Toda la noche persiguiendo amigos y despertando sueños que no le corresponden. Se cuela en el autobús. Un fantasma pasa por la ciudad y el cree que es el diablo. Le persigue. Le mira.

Busca formas inexistentes entre los charcos. Cualquier sombra se hace señal apocalíptica. El corazón se sale. Aprieta su tronco como un chaleco ortopédico sin lesión aparente. Todo esta dentro, pero el se encuentra fuera. Habla pero no escucha. Muerde un palillo por no morderse el. Hace tiempo que graba todas las conversaciones buscando mensajes ocultos, señales apocalípticas, misterios que no existen. Se escucha una y otra vez. Enciende el televisor hasta encontrar la pantalla negra y con hormiguitas blancas. Juega con el mando a distancia toda la noche y al día siguiente asegura que ha visto al diablo y ha pactado una muerte tranquila. Su nariz suelta agua. Su boca es amarga y el paladar de cartón. No siente. Se ha destrozado el sexo intentando un orgasmo que nunca llega. Nunca. Le duele, le escuece, pero permanece excitado. Busca un hotel donde esconderse. Inventa la última mentira. Baja todas las persianas y se acuesta. Dice que se aparece gente. Mucha gente. Llegan filtrándose por las paredes y a través de las ranuras de la puerta. Son zombis con los ojos abiertos y la mandíbula desencajada. Saca una biblia y lee en voz alta pasajes terribles. Abre los armarios buscando espíritus en el aire. Tiene sed. No queda hambre. Tiembla. Se frota boca abajo, delante y detrás, provocando algún tipo de sensación. Arde. No le queda conciencia ni tabaco. Se agita. Tiene mucho miedo. Llora. Las pocas lagrimas que todavía le quedan dentro saben también amargas. Pone su teléfono en silencio. Están a punto de atacarle. Son ellos. Se defiende a puñetazos y rasga las cortinas. Patalea contra nadie y grita su final amenazando al mundo. Ya no tiene cabeza. Una mujer luminosa adquiere forma de ángel y el asegura que ha venido a salvarle. Luces de colores que se convierten en negro para matar el sol que todavía se desliza entre las ranuras de las persianas. No quiere luz. Teme la luz como se teme a el, en blanco. Le queda una última raya, el punto final de seis gramos. No se pesa a si mismo pero se sabe sin fin. Pinceladas de muerte a un paraíso grave donde solo hay un hombre, y no es el. Seis gramos, el número del diablo.

-Hora de la muerte: 12,45

-Posición de cubito supino

-Sobredosis de cocaína.

 

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