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Consuelo García del Cid Guerra

Hola, Miguel

 

Las cosas que nunca mueren forman parte de las huellas del alma. Y ninguna crisis, personal o económica, puede con sus señales. Son mas fuertes que la sangre y que el transcurso del tiempo o de los acontecimentos. Nada rompe definitivamente nuestro interior. No es posible. No se por que siempre permanezco despierta hasta las dos de la madrugada de cada 9 de junio. La primera vez, desde que te fuiste, estaba en un bar. Eran las dos en punto, y el vaso que sostenía en la mano estallo en mil pedazos, sin motivo alguno. Como soy lo mas escéptica que ha parido madre, solo acerté a decir : “Anda, Miguel, estate quieto”. Pero al llegar a mi casa, un escalofrío extraordinario me invadió por completo. Hoy, alguien intentaba localizarme. No es fácil, lo reconozco. No por las buenas, a la caza de un teléfono o dirección de correo. Una amiga me dice que han puesto un comentario en el artículo del 9 de junio. Que me busca un tal Franco, alguien que te conoció hace años. Y me ha encontrado.

“No se por que, pero la noche del 10 al 11 de junio no podía dormir, pensaba en el, y eso que no supe nada mas desde 1992. Se me ocurrió teclear su nombre en google, y al encontrar el articulo primero, y mas tarde las fotos en tu blog, me quede helado, helado, y tenia que encontrarte”.

Lo virtual supera lo real, como en tantas ocasiones. Ya lo ves, aquí estas, presente como nunca.

Te lo dije, siempre te lo dije, pero no me hiciste caso. Que tu paso por la vida seria mucho más que una conversación corta en cualquier bar., como te empeñabas a asegurar rotundamente. Pues aquí estamos. Alguien se dispone a coger un avión y volar hasta aquí, para vernos. Y solo es por ti. No soy yo, eres tú. Perdona, se me olvido por un momento que estas muerto.

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