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Consuelo García del Cid Guerra

PECADOS MAS DULCES QUE UN ZAPATO DE RASO

“Pecados más dulces que un zapato de raso”

 

 

 

Avaricia de tus besos
Pereza de vivir sin ti
y la ira de sentirte lejos de mi.

Soberbia de Saberme
elegido por tu corazón
Humildad para reconocerte la mejor.

Son Pecados mas Dulces que merecen el perdón
son Pecados mas Dulces que un Zapato de Raso, mi Amor.

Envidia del sudor
que emana ardiente de ti
Gula para comer tu vientre satinado

Lujuria abrasadora
que me hace presagiar
la tristeza mas conmovedora si te vas.

Son Pecados mas Dulces que merecen el perdón
son Pecados más Dulces que un Zapato de Raso, mi Amor.

Avaricia de tus besos
Pereza de vivir sin ti
y la ira de sentirte lejos de mi.

 

Eduardo Haro Ibars

Poeta

 

http://www.youtube.com/watch?v=bFfuF-HL6XE

 

Muerto el 16 de Agosto de 1988.a los cuarenta años de edad. Su poema “Pecados más dulces que un zapato de raso”, dio lugar a una de las canciones de Gabinete Caligari.

Eduardo no pudo disfrutarlo, puesto que la canción se estreno durante el mismo verano del 88, poco después de su muerte.

Compañero de Leopoldo Mª Panero, con quien comparte prisión en Zamora, es uno de los máximos representantes de la llamada “generación  perdida”.Poeta, por encima de todo. Y fue mucho. Una existencia intensa marcada por la mágica ciudad de Tánger, donde conoció a Paul Bowles, Jane Bowles, Borroughs y Francis Bacon.

Gay Rock , publicado en 1974, es su primer poemario. Le seguirán “Perdidas Blancas”, 1978, “Sex Fiction”, 1981 y “En Rojo, 1985. Este ultimo libro habla de sus experiencias con la heroína, siendo con Leopoldo Maria Panero uno de los primeros autores que escriben abiertamente z sin pudor sobre la droga. Se declaro bisexual y precursor del movimiento gay. A principios de los ochenta inicia su andadura como narrador de relatos de ciencia ficción. /El polvo Azul/Cuentos del Mundo Eléctrico , 1985., Ediciones Libertarias.

 

"Lo que escribo ha de verse como separado de cualquier tipo de escuela o capilla que en este momento funcione. Digo esto con el mayor respeto hacia mis contemporáneos; pero espero que ese respeto me permita, siempre, tomar distancias".

Colabora en TVE, Diario 16 y Liberación. Sus poemas se convierten en canciones para la Orquesta Mondragón z Gabinete Caligari. Es premiado con el “Micrófono de Oro” por la emblemática sala Rock Ola. El poeta Luis Antonio de Villena le hace protagonista de su novela “Madrid ha muerto”, en la que se describe la famosa “Movida

Su vida ha sido objeto de todo tipo de especulaciones y falsedades, como acostumbra a ocurrir con las existencias interesantes. Eduardo fue un gran poeta, y el paso del tiempo acrecienta de un modo lamentable todos sus excesos. Al parecer, solo interesa la larga lista de muertos de todos los “malditos”, con quien follaron, cuando durmieron en la calle, cuantas veces fueron detenidos y las drogas que les destruyeron irremediablemente. Vidas cortas pero intensas, distintas del resto. Tanto, que han sido biografiadas por el periodista José Benito Fernández : “El contorno del Abismo”, vida y leyenda de Leopoldo Maria Panero, 1995, y “Los pasos del Caído”, biografía de Eduardo Haro Ibars, 2005. En lo referente a Eduardo, dicha biografía es tremendamente injusta. Se diría que resulta poco mas que una larga crónica morbosa de episodios z anécdotas relacionadas con la autodestrucción.

Su padre, Eduardo Haro Teclen, ya desaparecido, se negó a colaborar en la misma y no quiso conceder ni una sola entrevista al respecto.

Tanto es así, que su madre, Pilar Ibars, publico esta carta :en El País tras leer la critica de Jordi Gracia::

 

 

 

CARTA AL DIRECTOR 23.06.05 - Diario EL PAIS - España

El maldecido Haro Ibars

Pilar Yvars - Madrid

La trayectoria política, literaria, periodística y moral de Eduardo Haro Tecglen se defiende por sí misma en todo lo que escribe. No hace falta usarla como arma arrojadiza contra su hijo para unirse al coro de quienes le denigran en el libro Eduardo Haro Ibars: Los pasos del caído, escrito por José Benito Fernández. Muchos de los que ahí mienten lo hacen, supongo, para dejar incontaminada su propia imagen de cuanto con Eduardo compartieron durante años de amistad falsa o verdadera; diferencia que uno de los sujetos no puede aclarar: los muertos son tan callados. Los vivos hablan y hablan de borracheras, de picos y desmanes (que los hubo), como si, del nacimiento a la muerte, sólo en eso consistiera la existencia del maldecido. De su obra literaria pocos dicen nada. Y algunos lo hacen para descalificarla, minimizarla; dejarla reducida a incoherente mezcla de desatinos, como hace Jordi Gracia en su crítica del libro, publicada en las páginas literarias de Babelia, suplemento cultural de EL PAÍS. El silencio de Haro Tecglen es absolutamente respetable; mi palabra sólo pretende recomponer la maltrecha imagen del hijo.

 

BABELIA 18.06.05 (Suplemento literario diario EL PAIS - España)

Critica

Historia de un maldito

Jordi Gracia

La trayectoria del periodista y escritor Eduardo Haro Ibars surge en esta biografía como símbolo de la generación de la transición, atrapada por la fascinación de las drogas, por una sexualidad provocadora y por experiencias llevadas hasta el límite de la muerte.

De manera enfermiza, terca, obsesiva, la biografía de Eduardo Haro Ibars (1948-1988) está cruzada de unas poquísimas cosas: un síndrome de Peter Pan profundamente destructivo (como todos los síndromes de Peter Pan), una inmadurez anclada en la patológica necesidad de llamar la atención en busca de reconocimiento, apoyo, afecto (y en primer lugar, los de su padre, Haro Tecglen) y la calamitosa complicidad con los chismes y toxinas de la época de la transición en forma de toda sustancia psicotrópica, presunto animal cargado de vida sobreexcitada, transgresora, desafiante, absurdamente heroica. Todo junto hace un amasijo de tragedias diminutas y continuas y, vistas desde hoy, tan previsibles como difícilmente alterables: la fascinación por el rock y los mitos precoces del caballo o de Jim Morrison, la urgencia irracional del irracionalismo estético y literario, la acuñación de la identidad en la transgresión (con una sexualidad agresiva, promiscua, provocadora).

Benito Fernández no tiene piedad para relatar esta historia que sería menor si no acabase con un puñado de muchachos muertos por una propia mano diferida o aplazada, la del sida, la sobredosis y el alcoholismo. Encadena sin cesar un hecho detrás de otro y casi todos, incluidos los más visiblemente nimios, que son muchos, tienen que ver con lo mismo: sexualidad atropellada, frenética, música, versos, y drogas de todo tipo y hasta el final. Pero las virtudes positivistas del libro a veces son también los defectos de una ausencia de selección de lo relevante e incluso la inhibición del autor hasta el extremo de propender, creo que involuntariamente, a la mitificación de un poeta con los daños de la época, con todos los dolores posibles concentrados y diseminados en torno suyo. El eje central es el que seguramente pone un lúcido periférico de esta vida atropellada como es Fernando Savater, al avisar, muy al principio de este libro, que "en la vida real, los malditos son inaguantables", lo cual subraya la distancia que va de la gracia de ver a un maldito que no mancha, ni vomita, ni escupe, ni ladra ni se te echa encima (porque todo eso lo hace en el papel o en la película) a verlo y tratarlo de verdad: entonces se ha esfumado la distancia entre vida y literatura, porque primero se le ha esfumado a él de la cabeza. La sensación más honda de este libro, aunque casi no la ponga el autor, sino la peripecia misma de estos muchachos destruidos, es que hay etapas de la historia que propician mucho más que otras las confusiones entre el espacio de la vida imaginada y la vida real de cada día en la que los excesos, los disparates, la estupidez misma tienen un coste altísimo, porque no están recreados en hermosos versos visionarios sino que los versos irracionales e ilógicos son reflejos documentales del caos real, como un espejo deformado de la destrucción galopante en que algunos se instalaron entonces y de la que ya no supieron salir. No simpatizo nada con los mitos de la autodestrucción ni tampoco con su retórica presuntamente fascinadora: me sublevan como filfa tan sarcásticamente negra como los muertos y las muertas que se acumulan en las últimas páginas de este libro.

El esfuerzo de método e investigación (y alguna conversación se remonta a 1995, porque estas páginas vienen a ser apéndice de un libro de mayor fuste y envergadura del mismo autor, El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero) se ha enfocado tan concentradamente en el perfil escueto de un brillante letrista de la Orquesta Mondragón, cabeza caliente del orgullo gay y periodista precoz de drogas y nuevas músicas que en el fondo a mí me queda de veras el mal sabor de imaginar lo que podrían dar de sí esas herramientas de trabajo puestas a trabajar sobre un objetivo más ambicioso sin salir del cuadro: la complejidad acorazada y racionalizada que encarna Eduardo Haro Tecglen, el colaborador de este mismo periódico que aparece sin aparecer en este libro y fue el padre prácticamente ausente de Haro Ibars. De acuerdo en que es una fantasía que no atañe al valor del libro, pero cuando se va hundiendo el ánimo en cada nueva borrachera, cada nuevo pico, cada nueva extravagancia dolorosa, la reacción es la misma en mi caso: conjeturar el libro que explicase la segunda mitad del siglo XX desde la perspectiva ideológica, política, literaria, periodística y, sobre todo, moral, de Haro Tecglen y su silencio.

 

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