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Consuelo García del Cid Guerra

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“Mas vale cien culpables en libertad que un solo inocente en prisión”. Desde la antigua Roma se ha mantenido este principio. A día de hoy no me supondría demasiado esfuerzo nombrar a cien culpables en libertad, sin moverme de España, -por ejemplo-. Lo que vulgarmente se entiende por “sin ir mas lejos”.

Cien culpables, insisto. ¿El ultimo? Millet, por ejemplo. Depende de la relevancia, la habilidad de un abogado al aplicar las leyes, y sobre todo, del dinero para pagar fianzas. Pero para saber de un inocente he tenido que investigar. En Julio del 2000, la prensa informaba brevemente de la decisión del Tribunal Supremo al rechazar la revisión de las condenas del marroquí Ahmed Tommouhi, encarcelado en Barcelona por violaciones y otros delitos. (Sin embargo, pocos meses después, se concedió el indulto al magistrado Javier López de Liaño).

El caso Tommouhi paso desapercibido ante la opinión publica. ¿Es lícito mantener preso a un ciudadano después de que se admitiera oficial y expresamente que existieron datos que podrían llevar a una “duda razonable” sobre su culpabilidad?

En 1991, Ahmed Tommouhi, sin antecedentes penales, fue acusado de una serie de agresiones sexuales y robos realizados en Cataluña por “su parecido con la descripción de los agresores. No existían pruebas materiales contra el. Fue condenado sobre la base de identificaciones en ruedas de reconocimiento.

En 1995, Tommouhi ya llevaba cinco años preso, y se repitieron las agresiones de una forma muy similar a las de 1991. Nuevamente se buscaba a “un árabe” como autor de los delitos, y se detuvo a uno de ellos, Antonio García Carbonell, de raza gitana y con un gran parecido físico con Tommouhi. Dos años después se anula una de las condenas tras una prueba de ADN que demostró la culpabilidad de García Carbonell, pero Tommouhi continua preso.  En el año 2000, el Supremo rechazaba la revisión de las causas. Se admitía la aparición de “dudas, sombras e incertidumbres”, advirtiendo que aun así, no era suficiente para demostrar la completa inocencia del condenado. Los abogados de Tommohui presentaron un recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional, rechazado en 2001. En 2004 se interpuso un recurso ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo.

La realidad es que lleva casi dieciocho años preso. En 2005 tuvo un infarto.

Esta completamente olvidado por la justicia y es inocente. Al parecer, su historia será llevada al cine mientras –probablemente- continúe en la cárcel, mientras, con toda seguridad, sean muchos más de cien los culpables en libertad. Esta otra historia, sin embargo, no será llevada al cine ni ha salido en los periódicos. Un culpable que jamás lo habría sido en otras circunstancias, cumple doce años de condena. Marroquí. De Tánger. Llego a España en avión. No habla español. Busco trabajo pero nadie se lo dio. Vivía en una casa ocupa en las afueras de Barcelona junto con otros compatriotas. Una vecina le denuncio porque “no le gustaba el aspecto y su mirada era rara”. Fue detenido por primera vez. La causa : “alarma social”. Paso setenta y dos horas en un calabozo, donde le llamaron de todo menos bonito, le dieron patadas y hasta le escupieron. El chico tenía una actitud inquietante, pero no fue visitado por el forense. Salio en libertad. Quince días más tarde, fue detenido por lo mismo. Recibió el mismo trato que la primera vez. Tenía diecinueve años. Salio en libertad sin cargos a los dos días. Tampoco fue visitado por el forense, a pesar de que mostraba claros síntomas de enajenación mental. Era tímido, tranquilo, miedoso. Se quedaba apostado en cualquier esquina con la mirada perdida, pero no molestaba a nadie, ni siquiera hablaba.

La vecina le denuncio por tercera vez, y nuevamente salio en libertad sin cargos. Acorralado, humillado y desamparado, anduvo por la calle gritando en árabe : “Yo me vuelvo a Marruecos, pero antes voy a matar a mucha gente”. Entro en una carnicería, cogió uno de los cuchillos y le atesto cuatro puñaladas al carnicero. Actualmente cumple condena en un hospital psiquiátrico. Es esquizofrénico.

He hablado de un inocente preso, de culpables libres y de este ultimo: Un enfermo mental que si hubiera recibido ayuda a tiempo, jamás habría dado las puñaladas a nadie. Al final, resulto que la alarma social se encendió tras la tercera detención de un chico silencioso que miraba al cielo. Ni más ni menos.

Nadie le llamo por su nombre. Se dirigieron a el como “moromierda”.

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