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Consuelo García del Cid Guerra

INTRODUCCION

 

 

 

 

 

 

 

 

Paola Aizpun es un personaje de ficción que apareció en el camino con forma de mujer. Alguien a quien nunca habría dirigido la palabra personalmente y con quien no malgastaría ni siquiera un café corto. Tampoco le diría nada más allá de los buenos días o las buenas tardes en el caso de coincidir con ella en un ascensor. Y si, por azar, me la cruzara por la calle, sin duda cambiaría de acera. Paola Aizpun no existe pero conseguiré que ponga la piel de gallina. Causará cierta lástima, provocará desconcierto, algún tipo de risa e incluso rabia extendida a lo largo de unas páginas en las que su forma de ser se hará de barro, moldeable, sucia, engañadora, ruín, estafadora, patética y desleal. Paola Aizpun será vulgar por encima de todo. Un producto de los tiempos convertido en protagonista secundaria. Tendrá la piel de harina y una palidez bien merecida. Vestirá con torpeza y ha de ser la maestra de maniobras arteras, producto de su gran confusión existencial. No tendrá sentimiento excepto para sí misma. Buscará la razón de una soledad merecida, se perderá las lunas, las noches y los días .No habrá historia de amor, y atemporal incluso, se ha de creer amiga del último suceso. Y puesto que no existe, jamás será recuerdo. No se entiende, desprecia. Sabe de presas fáciles , habla de mas, pretende, insiste, copia las actitudes. Parece, en ocasiones, una muñeca recortable sin sexo explícito a quien se le coloca vestidos imposibles, colores infernales, sombreros sin tiempo, lanas con borra vieja, sombra de ojos triste. De su boca aparecen olores pestilentes. Su aliento oceno ofende. Su halitosis es drástica. Salpica sin piedad, no sabe cuándo llueve, le dá igual este otoño, no se broncea al sol, desconoce el planeta, es amoral, estúpida, incorrecta. Sin encanto posible. Busca allá donde el vago despide la estrategia. Firma con letra blanda. Promete decadencia. Su posición fetal retrata ese lamento cotidiano de última hora, poco más de las tres. Come vísceras crudas. Bebe líquido amniótico. Se ordeña el cerebelo buscando un rascacielos que una vez tuvo a ratos con fuente de cristal. Paola Aizpun no es nadie.

Le va grande esta vida y tiene el tronco estrecho. Se peina porque sí, como rasca sus brazos producto de los nervios. No es rotunda, ni gótica, ni elegante, ni buena. Imita los desórdenes que creyó de pequeña. Le gusta su período es de armas tomar.Tiene un bolso cuadrado. La piel es de becerro. También una serpiente como saco de huesos.

Se cambia de postura cuando la espalda dobla esa forma ovalada de sillón. No celebra otra cosa que su propio esperpento. Repite las palabras para hacerse creer. Es un cromo pegado con chicle a su plumier, una saliva innoble, una vaga ilusión , ese tapete blanco de ganchillo imposible, el hueco de la luz, su propia esquela incluso, áspera, amarga, cáscara de naranja colocada en el muslo. Paola Aizpun no existe.

Tiene arañas encima, gusanos retorcidos, un rosario sin cuentas y atrás, casi a lo lejos, se creerá que ha vivido, que la suya es la historia del quehacer, la redonda victoria, corro de la patata, fábula repetida, líneas de enciclopedia.

Nunca la conocí. Un brote natural de moho, verde como esa hierba que quisimos pisar. Y a puntapiés, un día, zancadilla traidora, el embrión de su monstruo apareció. Sin más.

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