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Consuelo García del Cid Guerra

2 enero

2 enero

Espuma del imberbe, antídoto cristal. La cicatriz eléctrica del nombre transcurre

Lentamente mientras sangra el panal. Todos los agujeros son posibilidad. Todo el monte es orégano. Con tus vapores, mas.

Distingue clavicordio de celeste presencia, pluscuamperfecta estirpe, chinesca

Brevedad. Una caja de música, otra en rudo cartón donde dobladas, quietas,

Secretas y rotundas, las cartas del chaman, astrales en tus manos como trazo y aguja. Coserte es un castigo impuesto en la pizarra. La vieja arena araña una

Promesa atrás. De verano era blanco frotado sobre piedra, pueblo enjuto sin hebra, seda en el paladar. Una red apretada se comía a los hombres, por el pan y sus peces supo el mana a metal. Impresentable y vil besaba con la lengua cortada, bifida y viperina, venenosa serpiente, escurridiza. Tal era nuestro tiempo cuando lucha de barro, mentiras arrogantes. Me regalaste un chal con asfixia incluida, la muerte de Isadora mordía aquel chacal lleno de rabia joven, y una imagen perversa de rojo sobre rosa, de insostenible liga con acento francés, torres y alfiles que me han matado en vida, justo cuando deje de consumir el acido que me produjo ser consumo los padrastros producto de tu ausencia, vehemencia enfermiza imaginando un tren camino del pais que nos acoge. Donde rompen las olas. Donde tu neceser acurruco polillas inocentes, confirmado en exceso. Olvida. Olvidame.

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