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Consuelo García del Cid Guerra

.. y líbranos, señor, de nuestros enemigos...

“Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo”.

Proverbio árabe.

Ataud de oro

 

 

En el caso del capo de la mafia australiana, Carl Williams, ha sido un verdadero paseíllo con ataúd de oro macizo, valorado en 34 mil euros. Probablemente enemigo de muchos, falleció en la cárcel de un ataque al corazón. Cumplía una triple cadena perpetua por multitud de asesinatos. Sus restos descansan –según sus deseos- junto a la tumba del famoso ejecutor del crimen organizado Benji Veniamin.

Un funeral de lujo con excentricidades varias despidió para siempre a uno de los más grandes asesinos australianos. Qué casos, qué cosas … me trae recuerdos relativamente sucios. Un conocido (alcohólico social)  dijo de un cocainómano que “no tenía remedio, era un caso perdido, y moriría pronto”.

Quien murió fue él, borracho perdido, al volante de su coche. Mi amigo drogadicto ingresó en un centro de rehabilitación durante tres largos años y está totalmente rehabilitado. Es un hombre feliz.

He visto cómo desde la más absoluta prepotencia se ha condenado a personas con una facilidad demoledora. Lo que está mal visto, cuando el lado oscuro se hace público, es una tumba fácilmente creada, asumida sin más por la mayoría, cuyos asuntos privados pondrían los pelos de punta a cualquiera. Las miserias se tapan con tal desfachatez que dejan de ser reales, o cuando menos, palpables. Quedar bien (que no significa estar bien) y muchísimo menos formar parte del propio bien en toda la extensión de la palabra, evita el sentimiento. Lo oculta bajo una condición infame digna de traidores. Me he detenido a contemplar este enorme ataúd de oro macizo, y es que –como dice el refrán- “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.

Si elaborara una lista de todos aquellos que me han traicionado, engañado, estafado y calumniado, probablemente rellenaría una hoja entera. Personas que aparecieron en su momento, fascinadas ante una forma de vida distinta y arriesgada, mortalmente aburridos a consecuencia de sus propias elecciones vitales, se me pegaron como lapas introduciéndose en mi mundo en busca de algo que deseaban más que nada : Subirse a un carro que les proporcionaba la dosis suficiente de falsa adrenalina. Buscando dinero, poder o condición. Queriendo lo mismo que en su momento conseguí alcanzar pero sin pagar su precio. A los que dejé pasar conscientemente, creyendo en sus palabras e intenciones aparentemente inocentes, los he visto caer muchos años más tarde. Destrozados, abatidos ante lo irremediable. Inútiles y cobardes, sin bagaje espiritual alguno, ante la enfermedad, la muerte de un ser querido, la ruina económica o el desprestigio social. Personalmente no les ha quedado nada, porque nunca hubo nada : Dentro.

Sin embargo, y pese a sus grandes esfuerzos por mantener el tipo, no tenían valor ni para enfrentarse a sus propios fantasmas, tampoco querían relacionarse con nadie debido a una vergüenza de lo más indecente: Fuera.

El verdadero perdón es el olvido. Difícilmente olvidamos el dolor producido por otros cuando se trata de un daño gratuito, casi una burla. Algunos –pocos, afortunadamente- creen que existen personas con capacidad para inventar un parque de atracciones. Acuden por atracción, buscando lo imposible, sin ser lo necesario, sin tener el caché atípico de la autenticidad. Diamantes falsos. Brillo de supernova, estrellas mentirosas, ladronzuelos, chupadores y chupadoras de energía que se cuelgan a tu yugular pretendiendo adquirir la misma sangre, alzándose sin levantar el ánimo, carentes de alma y con recursos escasos para seguir el mismo camino. Les he visto pasar y les he visto volver. Les he visto caer, han pasado ante mí como cadáveres en vida, muertos inexpresivos, con una frialdad tan sospechosa como el abrazo que, después de usarte, pretenden recuperar como si nada hubiera pasado.

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