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Consuelo García del Cid Guerra

PAVANA PARA UN INFANTE DIFUNTO

 

 

 

 

 

 

 

Cuando una imagen provoca sentimientos desencontrados aproximándonos a una lejanía cuya distancia se corta de inmediato para transportarnos a un mundo que -¿.irremediable.Mente?- está en este, tal vez sea posible empezar a tensar el pensamiento para trazar la auténtica y verdadera frontera entre el bien y el mal. Aquí o allá, sólo es cuestión de lugar. Favorecidos cuyo flaco favor es el concepto social de persona, ser humano, condición. Lo que tenemos nunca es suficiente. Lo que podemos es desconocido. La imposibilidad nace de la incapacidad. Desfavorecidos sobre los que todo vale, todo cabe, todo es posible. Los mismos derechos ante unos hechos devastadores, que eliminan oportunidades–reales o irreales- dependiendo del país donde se nace y la familia que nos toca. La vida es una tómbola. “Somos dueños de nuestro propio destino”, afirmaba Chukri, el más grande escritor de Marruecos. Fue un niño de la calle, aprendió a leer y escribir con veinte años. Se superó a sí mismo como superó a su propio país, que no dudó en vetarle y prohibir la publicación de sus libros en árabe. La realidad duele y huele con la misma intensidad. Las verdades ofenden y cada vez resulta más sencillo mirar hacia otro lado cuando el nuestro es incómodo.

Nos regimos pero no nos corregimos. La vida es injusta partiendo de la propia expresión y sentimiento. Puede que en el mismo instante en que se pronuncia la palabra “moro”, “sudaca” o mendigo, estemos colaborando de forma inconsciente con este sicario de doce años. Somos lo que expresamos. Dejamos con las palabras un rastro de conducta sensiblemente sólido y creamos imágenes . Aunque su valor resulte infinitamente superior a mil palabras, las que no pronunciaremos adecuadamente, cada vez menos porque somos más. “Erase una vez, en un país lejano…”…así empiezan los cuentos.

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