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Consuelo García del Cid Guerra

Pesadilla

 

“Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son”

 Calderón de la Barca.

 

No acostumbro a tener pesadillas, pero esta noche he soñado con lo peor que me podía suceder. Había perdido a todos mis amigos, estaba sola en un gran salón, rodeada de enormes espejos dorados que reflejaban mi imagen a derecha e izquierda, por delante y por detrás. Aparecían unos individuos trajeados de azul marino, todos jóvenes, casi idénticos, como si se tratara de un extraño ejército privado. Tenía, además, un guardaespaldas enorme y muy estúpido que se dedicaba a espiar todos mis actos.

Yo era la princesa de España. Llevaba el pelo teñido de castaño claro, con una media melena correcta de esas que detesto. Alguien me había cortado el pelo, puesto que determinadas longitudes delantan un estado concreto, en resumen, una forma de ser no telerada por la realeza. Intentaba resistirme, pero no servía de nada. Los hombres de traje azul traían enormes cajas con piezas de tela para confeccionar vestidos rectos, todos iguales, y zapatos con un tacón vestiginoso que parecían toboganes. Tenía los dedos de los pies destrozados. Todos mis bolsos eran pequeños y no cabían ni la mitad de las cosas que acostumbro llevar. No podía fumar en público, y menos tabaco negro. Escondía mi paquete de Gitanes en una pitillera de plata con una gran corona grabada y diamantes incrustados. Mi marido era Felipe. Un perfecto imbécil que ni siquiera hablaba, excepto para dar los buenos días, buenas tardes y buenas noches.

Los hombres de azul se dedicaban a visitar las csas de todos mis amigos, les tomaban medidas, se llevaban todo su vestuario de los armarios y un camión enorme transportaba abrigos y trajes de chaqueta exactamente iguales que los míos. Con el tiempo, ya ni me llamaban por teléfono, hartos de que intentaran dirigir sus vidas.

Creo que mi trabajo consistía en realizar visitas a hospitales, inaugurar calles y plazas, además de acudir a eventos en los que todo el mundo me besaba la mano, cosa que me daba mucho asco. He despertado entre sudores y por unos minutos estaba convencida de que alguien quería acabar conmigo. Qué horror. Sin duda, a Belén Esteban le sienta de maravilla eso de ser la princesa delpueblo, porque heredar la corona me ha parecido algo terrorífico, triste y solitario.

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