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Consuelo García del Cid Guerra

OVEJAS NEGRAS

OVEJAS NEGRAS

 Están en todas partes y no siguen la manada. Pueden nacer en los más bajos estratos o en las altas esferas. No es una cuestión de cuna, sangre o condición social. Son casos de la vida, de una escala distinta que se descubre por instinto. Hijas del agobio y del dolor, como cantó Triana. Algo se activa en su interior, es sentido común -poco frecuente-, son mensajes del alma directos al corazón que estallan con gran estruendo frente a las galerías. Tienen poderes. No son adivinas, videntes, tampoco brujas. Tienen ese poder de discernir, desde su más tierna infancia, entre el bien y el mal. Lo saben, porque lo sienten. Apuestan por otra brújula en busca de su propio camino, huyendo del fraticidio para encontrar la fraternidad. Cuesta. Siempre hacia arriba, contra corriente, por encima de todas. Son calumniadas, vilipendiadas, desentendidas y abandonadas. Incluso encerradas en muchas ocasiones. Pero ellas, aunque inválidas antes de su propia mayoría de edad, patalean panza arriba antes de ser aplastadas. Cualquiera se convierte en enemigo de la insurrecta. Tu propio padre, tu madre, la familia entera. No son de buen conformar. Gritan como leonas, sacan garras de gata poco triste y mucho menos azul. 
He conocido muchas, tanto como a mí misma. Se reconocen de inmediato al mínimo detalle. Una ojeada rápida ilumina los rostros cuando se sabe, en guardia, del signo solapado. Perfectamente capaces de fabricar un anillo con cualquier tipo de viruta, adictas a los polvos mágicos, a la arena del mar, a las manzanas de Eva y la postura de Llilith. Diosas blancas de carne y roedoras de huesos, caiga quien caiga. Obreras, sacrosantas, vertiginosas siempre. Cualquier pasado efímero ha estampado en el tronco de sus cien mil palizas algún punto en común donde apoyarse. Oh reinas del horizonte que ningún dios confunde por mucho que se tercie. Mariposas salvajes que aletean sin tiempo antes de ser cazadas por cualquier mal nacido para clavar el alfiler que las convierta en esas bellezas muertas enmarcadas. Oh divino cristal, el de Salinas, que recitaba el verso : Para cristal te quiero, amiga. Nítida y clara eres. Para mirar el mundo, a través de tí, puro. Cristal. Espejo !Nunca!.
En la fotografía, Ana Patricia Botín el día de su boda. Sumisa, tierna y angelical. De clavícula fuerte, morena y rebotada. 

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