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Consuelo García del Cid Guerra

NON, JE NE REGRETTE RIEN

NON, JE NE REGRETTE RIEN

 

El Marsella era uno de los pocos bares donde servían absenta, la diosa blanca del cielo líquido. Por allí paseaba la Señorita Fina, una anciana que estuvo "en la vida", y vendía pañuelos. Se sentaba de vez en cuando en nuestra mesa y nos contaba historias. Con ella llegué a cantar más de un bolero, en voz baja al principio, para después desatarnos, elevando la voz. En el Marsella podía pasar cualquier cosa, siempre inolvidable. A la señorita Fina la vi en una escena de la película "Los Pianos Mécánicos" (Juan Antonio Bardem, 1965), retratando con sumo acierto el Barrio Chino barcelonés. Casi no tenía dientes y era una mujer muy dulce. Todavía conservo uno de sus pañuelos. 
A media tarde, el paso obligado hacia el Pastís, un espacio atemporal donde la entonces dueña contaba con una importante colección de discos de vinilo. Sonaba Edith Piaf a todas horas, y nadie se arrepentía de nada. La antesala de la absenta era el pastís, un licor de Marsella compuesto de aguardiente, anís y regaliz. El sabor era muy parecido a la gran diosa blanca, aunque mucho más suave y de menor graduación alcohólica. Por allí pululaban ancianos que escapaban de las residencias, delincuentes de las cárceles y enfermos de los psiquiátricos. Revueltos a media noche, las conversaciones que nunca fueron grabadas, ahora formarían parte de grandes antologías urbanas de una ciudad hoy muerta que apenas recuerda. La bohemia murió en brazos de pequeñas zonas confortables, ignorando el gran porvenir de su pasado. 

 

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