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Consuelo García del Cid Guerra

"DIOS SE MUERE". Texto escrito por Frances Farmer a los 18 años

Jamás nadie vino hacia mí y me dijo: “eres tonta, Dios no existe. Alguien te ha estado llenando la cabeza de cuentos.” No fue un asesinato. Creo que Dios simplemente murió de viejo. Y cuando me di cuenta de que él ya no estaba no me sentí mal. Me pareció natural y justo. Quizá fuera porque a mí nunca me impresionó demasiado la religión. Iba a la escuela dominical y me gustaban las historias sobre Cristo y la estrella de Navidad. Eran bonitas. Te hacían sentir bien y feliz de pensar en ellas. Pero no me las creía. El profesor de la escuela dominical hablaba de manera muy parecida a como nuestra profesora del colegio solía hacerlo cuando nos contaba cosas sobre George Washington. Agradables y bonitas historias pero no ciertas.

La religión era demasiado difusa. Dios era diferente. Él era algo real., algo que podía sentir. Pero sólo en ciertas ocasiones podía sentirlo. Solía tumbarme entre sábanas frescas y limpias por la noche después de tomar un baño, después de lavarme el pelo y frotarme mis nudillos mis uñas y dientes. Entonces podía tumbarme muy quieta en la oscuridad con la cara vuelta hacia la ventana que daba a los árboles y hablar a Dios. “Ahora estoy limpia. Nunca he estado tan limpia. Nunca estaré más limpia”. Y en cierto modo eso era Dios. Estaba segura de que lo era. Algo fresco, oscuro y limpio.

Eso no era religión, sin embargo. Tenía mucho que ver con lo físico. No podía sentirme de la misma manera a lo largo del día, con las manos metidas en agua de platos sucios y el sol implacable asomándose a través de la suciedad en lo más alto de los tejados. Y después de un tiempo el sentimiento de Dios no duró. Empecé a preguntarme a qué quería se refería el sacerdote cuando decía.: “Dios, el Padre, ve caer incluso el más pequeño gorrión. Él vela por todos sus hijos.” Eso embrolló todo. Pero estaba segura de una cosa. Si Dios fuera un padre, con hijos, esa pureza que yo sentía no era Dios. Así que por la noche cuando me iba a la cama, pensaba. “Estoy limpia, tengo sueño.” Y entonces me dormía. Esto no hacía que gozara menos de mi pureza. Yo simplemente sabía que Dios no estaba allí. Él era un hombre en un trono en el cielo, así que era fácil olvidarlo.

A veces descubría que era útil acordarse de él, sobre todo cuando perdía cosas que eran importantes. Tras corretear de arriba debajo de la casa, asustada y sin aliento por la búsqueda, podía pararme en mitad de la habitación y cerrar los ojos. “Por favor, Dios deja que encuentre mi sombrero rojo con orla azul.” Normalmente funcionaba. Dios se convirtió en un super-padre que no me podía dar azotes. Pero si deseaba una cosa con fuerza él se ocupaba de ello.

Esto me satisfizo hasta que empecé a pensar que si Dios amaba a todos sus hijos por igual, ¿por qué se molestaba por mi sombrero rojo y dejaba que otra gente perdiera a sus padres y madres para siempre? Empecé a ver que él no tenía mucho que ver con sombreros, gente que muere o cosa alguna. Estas cosas ocurrían quisiera él o no, él se quedaba en el cielo haciendo ver que no se daba cuenta de nada. Me preguntaba por qué Dios era algo tan inútil. Parecía una pérdida de tiempo tenerle. Después de eso, se fue desvaneciendo hasta convertirse en... nada.

Me sentí orgullosa de haber encontrado la verdad por mi misma, sin ayuda de nadie. Me sorprendía que otra gente no hubiera llegado también a la misma conclusión. Dios se había ido. Éramos más jóvenes. Él estaba superado. ¿Por qué la gente no lo veía? Todavía me tiene intrigada.

Frances Farmer.

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