Blogia
Consuelo García del Cid Guerra

Palabras de Ventura Pons sobre RAUL NUÑEZ, mi amigo. 1986

LA ROSSA DEL BAR

1986

En octubre de 1985 nació Els Films de la Rambla y a partir de ahí intenté hacer un

cine más personal. Por aquella época conocí a Raúl Núñez, que había publicado Sinatra,

una novela de cierto éxito contracultural, editada por Jordi Herralde en Anagrama.

Contacté con Raúl, uno de los tipos más entrañables que he conocido, y pronto nos

hicimos amigos. Vivía en el barrio chino, un mundo lleno de putitas y macarras, muy

lumpen, pero que no me resultaba lejano. Eran unos barrios que conocía bien de mis años

en el Teatro Romea y de las Ramblas y de Ocaña… en fin, si se me permite, un decorado

vivido y conocido. En un bar roñoso de la calle Hospital, convertida actualmente en una

especie de calle Mayor de Islamabad, le dije que me interesaba mucho su mundo, que

admiraba cómo sabía describir esa pléyade de perdedores, de marginales, de gente que lucha

por salir y a los que les va mal. Siempre he encontrado una determinada poética en ese

mundo, quizás porque encuentro más interesante a la gente que sufre e intenta salir como

puede, aun luchando equivocadamente, que a la que ya está establecida en una opulencia,

en el poder. Eso es lo que había encontrado en su Sinatra y por eso lo buscaba.

Nos caímos bien y empezamos a hablar de posibles historias. Raúl me contó que

había publicado en una revista madrileña, que se llamaba La Luna de Madrid, uno o dos

capítulos de una historia sobre las andanzas de una prostituta que tenía un proxeneta gay

que a la vez se enrollaba con chaperos árabes y de la que se quedaba colgado un triste y

tímido aspirante a escritor sin éxito. Se titulaba La rubia del bar y no pensaba seguir con

ella, no recuerdo si porque había cerrado la revista o bien porque no había la

correspondencia económica precisa. Enseguida flipé con la historia y le propuse seguir con

ella; me encantaba meterme con la búsqueda del amor, la necesidad de comunicación y

afecto de esos perdedores que, a pesar de toda la miseria, el desamor y el desencanto,

intentan realizarse. Mal, pero lo intentan. Seguramente no lo conseguirán, pero luchan. No

sé, Mario, el aspirante a escritor que consigue, finalmente, terminar una novela,

posiblemente olvidará el manuscrito en el asiento del taxi o del metro el día en que, por fin,

consiga una cita con una editorial. Y, evidentemente, no tendrá ninguna otra copia.

Despacio, reuniéndonos en su bar, en su mundo, fuimos avanzando en ese guión que ahora

me produce una sensación dual, naif y tierna, pero que me permitió volver al corazón de la

gente y a los escenarios de esas noches de la Barcelona que tanto he amado y tanto me ha

gustado enseñar.

Además, desde un punto de vista industrial era lo que yo podía hacer. Empezaba mi

productora y no quería caer en la tentación de asumir un proyecto excesivamente caro.

Presentamos el guión al ICAA, gustó a la comisión y me ayudaron, pero muy poco. Habían

empezado las subvenciones anticipadas que creó Pilar Miró, pero ella, que era amiga mía

desde que la conocí en 1967 en Cannes y que tenía un célebre carácter, me dio la que creo

que fue la subvención más pequeña de su mandato. Menos mal que Antoni Llorens, el

distribuidor de Lauren Films, entró con un 25% de participación en la película. Con eso y

una dosis de fe, confianza y sobre todo de trabajo, tiramos hacia adelante un rodaje muy

bonito, muy intenso con los actores y algo peligroso por el entorno en el que nos

movíamos. Era el momento en que la droga ya había entrado a saco por la zona baja y

trabajábamos con protección policial; pero puedo asegurar que con Majó, Ramoncín y

Núria Hosta, que debutaba como la rubia del título, pusimos todas nuestras energías para

dar credibilidad a la historia. Como todo principio, y creo que ahí está la gracia del asunto,

fue un momento económicamente muy duro. Había que devolver los préstamos al banco y,

durante un año, las pasé canutas. Si un mes sólo tenía para tres copas, pues salía sólo tres

días. Lo importante era acabar la película y poder encauzar una vía para intentar hacer

historias personales, libres. Tenía muy claro que quería encontrar un espacio dentro del

mundo del cine y lo hacía como podía: luchando, como siempre.

La película, una vez acabada, fue muy bien recibida y tuvo buena crítica. Recuerdo

especialmente que mucha gente se quedó maravillada con las imágenes de Barcelona que

aparecían en la pantalla. Con Tomás Pladevall, el director de fotografía, habíamos buscado

un tratamiento muy suave: unas noches y unos amaneceres altamente emocionantes. Me

decían que encontraban una Barcelona mágica, sugerente, y yo no era consciente de haber

hecho nada especial. Seguramente ahí empezó a notarse mi amor por la ciudad que con los

años ha ido a más y más, y también la ternura que me despertaba la historia y su contexto,

tan alejado de lo que soy pero a la vez tan próximo emocionalmente.

Fue muy interesante contrastar mi trabajo con la novela que Raúl escribió con el

mismo título a partir de la película acabada, como hacen los americanos. Cómo pueden

variar las soluciones narrativas, dependiendo del medio. Al final de la película, Mario, en

una casa de huéspedes, empieza a escribir su novela: vemos unos veinte planos diferentes de

él escribiendo, un buen montón de flash-backs, de lo que ha vivido con la rubia, mientras

oímos una canción de Gato Pérez, ese juglar maravilloso y único ya desaparecido que

compuso la música del film… bueno, pues lo que tanto trabajo me llevó rodar y montar

Raúl lo despachó así en su novela: “y Mario escribió, escribió y escribió”. Lo encontré

genial.

La rossa del bar empezó a ir a unos cuantos festivales, y en el Festival del Film de

Autor de Málaga, que dirigía Julio Diamante, con gran sorpresa por mi parte, nos

concedieron el premio a la mejor película de habla hispana. Me enorgulleció muchísimo,

porque era el primer premio de mi carrera. No sé de dónde ha salido, pero en algunos libros

de cine se cuenta que Ocaña, retrat intermitent ha tenido muchos premios, pero no es

cierto, tuvo mucho éxito, fue a muchos festivales, pero nunca ganó ningún premio. Con La

rossa del bar nos llegó el primero, significativamente vinculado al habla hispana: me gustó

porque también nosotros somos hispanos, de la misma manera que también somos latinos,

pero en el amplio sentido de hispanidad y latinidad que corresponde a la gente del

Mediterráneo. Después, el Ministerio nos dio el Premio de Especial Calidad. Y cuando

llamé a Pilar Miró para agradecérselo, le dije: “Gracias, pero si hubieras sido más generosa y

me hubieras ayudado antes, me habría ahorrado mucho sufrimiento”, a lo que me contestó:

“La verdad es que no creía que fueras capaz de ser un buen director-productor. Pero veo

que vas por buen camino”. Y se quedó tan ancha, tan fresca, tan ella.

La película fue bien de público, recuperamos la inversión para poder seguir

trabajando, pero no tuvo, ni mucho menos, el éxito de El vicari d’Olot. Sin embargo, en el

resto del Estado fue mejor recibida. Aunque también tuve que estrenarla doblada fuera de

Cataluña, y así seguir con mi cruz, atravesando el desierto.

 

0 comentarios