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Consuelo García del Cid Guerra

http://www.youtube.com/watch?v=1pfEjSiz71Q

“El Patronato de Protección a la Mujer, una variedad de gestapo a la española en convivencia con el Ministerio de Justicia, y bajo la tutela de Carmen Polo de Franco”. Así se expresa la autora en la contraportada del libro.

He buscado intensamente cualquier otro tipo de publicación sobre el tema sin encontrar nada, excepto tesis doctorales o trabajos privados sobre la situación de las mujeres en la España del régimen, especificado de pasada los conventos y las ordenes religiosas destinadas a la “redención de las jóvenes caídas”. Lo más sorprendente es el concepto de “caída”, puesto que se define como el hecho de querer ser libre, dueñas de nuestros actos y de nuestras propias decisiones. Ir a bailar, al cine, o tener novio, se consideraban actitudes suficientes para hablar de “mala vida”. Y “caer” entraba dentro de todo ello, con el factor añadido de la virginidad, estado fundamental para ser o no honrada. Una adolescente con novio, a la que le gustaba ir al cine y bailar, si además ya no era virgen, estaba irremediablemente condenada.

El hecho de ser o no encerrada, dependía de los rigores familiares o de la condición económico-social. Ante unos padres estrictos, religiosos y con la moral de la época metida en el seso, tener una hija rebelde era el peor “castigo” que nada ni nadie podían desear ni a su mayor enemigo. Primero ponían el asunto en manos de Dios y más tarde en manos del Patronato de Protección a la Mujer. Suponía lo que se puede llamar un “abandono legal” ante la incapacidad manifiesta de asumir sus responsabilidades como padres. Si una hija “se torcía” según su idea de conducta, resultaba facilísimo deshacerse de ella en veinticuatro horas entregándola a las ordenes religiosas encargadas de “reformar”, que acogían a las adolescentes discolas en nombre del Patronato o simplemente por deseo expreso de sus progenitores, sin tener que pasar necesariamente por la tutela del mismo. La patria potestad seguia estando legalmente en manos de los padres, y la unica diferencia con respecto a las que habian sido entregadas al Patronato, radicaba en el hecho de que podian sacarlas de los conventos si asi lo deseaban sin tener que someterse a permisos legales. Es decir, te entrego cuando me parece y te saco cuando me de la gana, siempre y cuando “te portes bien y estes completamente reformada”. La capacidad de realizar un acto semejante estaba amparada por la moral universalizada en España en manos del dictador, Francisco Franco. Si el mismo hubiera podido vivir el desarrollo de la existencia de algunas de sus nietas, lo mismo las habria entregado al Patronato. O no, quien sabe. Lo que corresponde a una epoca no se puede olvidar tan facilmente cuando se trata de victimas. La busqueda de culpables no es tarea facil. No se debe matar al mensajero ni condenar al sicario. La responsabilidad parte de un sistema politico en manos del poder, de sus seguidores, simpatizantes, y en consecuencia del estado del pais que nos toco sufrir.  

El sufrimiento no es algo que se materialice externamente en heridas, cicatrices o puntos de sutura. Supone una procesion diabolica que se produce internamente a lo largo de la vida. Un poso que no se va, que se resiste a abandonarnos a pesar de que las circunstancias cambien radicalmente. La privacion de libertad en plena adolescencia es el castigo mas brutal que nadie puede imaginar. Porque sin haber cometido delito alguno te podian encerrar en lugares donde todo estaba prohibido y hasta respirar parecia un privilegio. La tortura psicologica diaria, la castracion, el abandono mas devastador que nadie pueda imaginar, y sobre todo, la perdida de la juventud con forma de divino hurto en nombre de dios y de la patria, nos convirtio en carne de psicologos y psiquiatras durante años. Matar la inocencia es asesinar la vida y condenar el futuro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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