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Consuelo García del Cid Guerra

el buen ladrón

No volverás a la cárcel, Vaquilla
DOLORS MASSOT
20-12-2003 00:41:28
Una de las muchas detenciones de El Vaquilla.EFE
Una de las muchas detenciones de El Vaquilla.EFE

Juan José Moreno Cuenca cerró ayer una de las páginas de la historia de la delincuencia española. Lo suyo fue una huida contínua de la Justicia y al final logró su meta: morir en libertad y no como uno de esos «Perros callejeros» a los que el público admira pero la vida maltrata

BARCELONA. Se acabó. Juan José Moreno Cuenca ha logrado la libertad que comenzó a perder a los trece años, cuando le metieron en el «trullo» por cosas que ahora darían risa a un experto en delitos financieros. Su mayor crimen organizado fue compincharse hasta con el bibliotecario de la cárcel: lo hizo siendo niño, cuando le pidió a su colega de prisión Josep Maria Huertas, hoy cronista de Barcelona, que le pasara unos tebeos «con unos cigarrillos, pa´ que sea ma´ divertío eso de leé».

El Vaquilla fue un «quillo» con el padre y un tío muertos por la Guardia Civil cuando él tenía 11 años, un pandillero de los que en los años setenta zascandilean por los descampados y sobreviven entre jeringuillas y música de Camarón. Eran tiempos de ciudad dormitorio, periferia y barrio marginal, como el de Torre Baró, donde nació un 19 de noviembre. Anoche se oía allí más de un quejío por este hombre obligado a vivir como héroe, ¿y por qué no, si en Inglaterra llaman Sir al pirata Francis Drake? Al fin y al cabo, pocos han dado tanto trabajo a la Guardia Civil y a la Policía.

En los últimos días de su vida se lamentaba de que le hubieran llamado «perro callejero» hasta en el cine, porque quería vivir en libertad y las leyes sólo hacen que poner límites a la existencia. «¿Qué más da de quién fuera aquel coche, señoría?»

Llegó a conocer tanto la cárcel como las drogas y si hay que decir de qué murió, pues que digan que fue de todo: por algo el juez le había concedido la libertad anticipada el pasado día 11. De estar en plenas facultades, no habría pisado la calle hasta 2007. En el hospital Can Ruti de Badalona certificaron ayer «fallo multiorgánico». Sufría hepatitis, anemia, cirrosis hepática, insuficiencia renal y era portador de anticuerpos del sida, pero según explicó ayer su compañera Elisabeta, cumplió su último deseo: morir libre.

Le perjudicó ser héroe con «Perros Callejeros» y la puntilla llegó con un documental al que se sumaría «Yo, el Vaquilla». El caso es que no pararon los delitos, los motines y las fugas de la cárcel. Ahora cumplía una pena de 30 años por varios «trabajos». En medio, una torrentera de cosas y él, que más que vaquilla, era toro bravo, sí, pero más cornadas le había dado la vida que el hambre, porque todo se complicó tanto que de sus 42 años, más de 28 los pasó entre rejas.

De él aprendieron la literatura, el cine español de la transición y la Real Academia, que comenzó a escuchar palabros que antes eran patrimonio exclusivo del barriobajero. Le honra haber dicho la verdad en su autobiografía: otros tienen que añadir delitos para darse pisto, pero a él le bastaba con hacer memoria y escribir y escribir... Estudió Derecho desde la cárcel, le gustaba guiñar el ojo y buscar complicidades, tenía labia y era diestro en casi todo.

Se va en luna creciente, cerca de la noche más larga del año. En Gerona, hoy, en la parroquia de Vila-roja, junto a su madre y sus hermanos, el cura rezará un responso por el alma del mito: para que le reciba el Cristo que escogió morir al lado de un buen ladrón.




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