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Consuelo García del Cid Guerra

tempestad


 
Cuando un presidente de gobierno presume de haber conseguido la "calma social" ante una situación catastrófica, significa que la bestia avanza con los cuatro jinetes apocalipticos, cabalgando a galope sin mediar palabra (por lo menos en inglés).
Sin iglesia y con estado, razones y depresiones. Somos un ejército conformista que acata un mandato encubierto transmitiendo, mal que le pese, sonrisa -y nunca mejor dicho- de "tonto del pueblo" al más puro Mr. Bean. No dejó que sus niñas se acercaran a nadie, "emos" donde las haya, re- tratadas sin éxito, respaldadas como nadie.
Ya no es el paro nuestro mayor temor, sino el final de los subsidios. Las ayudas familiares adquieren carácter caritativo, prácticamente evangelizable, tal vez por políticos misioneros disfrazados de descamisados. La juventud no sabe manifestarse y los padres están cansados de aquel pasado retrógrada que regresa adquiriendo un protagonismo alarmante. Puños con artrosis y brazos anabolizados. Cuerpos sanos sin mente y cerebros del otro lado, apostados en un rincón de la biblioteca pública más cercana por miedo a la pérdida del documento. Hostia bendita.
Que se calme su madre. El horno no tiene bollos, puesto que la harina escasea en este racionamiento tan educado, racional y correcto. "Es lo que hay", se dice. Cuidado con las máximas porque estamos bajo mínimos.
Esta década puede ser asfixiante. Des-bancados por la banca, adosados por una hipoteca que no nos convirtió en vecinos de nadie, pegados a las tarjetas de plástico, al dinero más caro : El invisible, indivisible, cuyos intereses disparatados nos ha llevado al final de una carrera estúpida donde el tiempo de más carece de sentido.
Lo práctico no era profundo. Lo profundo jamás se hizo práctico, y ante esa tesitura se fué la moda de España, un país hecho lino cuya arruga ya no es bella. Con ella marcharon muchos en busca del diseño, imperio rosa desnaturalizado que a pesar de lo grotesco nos vendió su película, tan artificial como las playas de Dubai. La esclavitud multicolor, un sueño llamado europa cuyas comunidades eran hippies en su esencia : paz, amor y flores. Las mismas palabras que ahora nos entregan con forma de nuevos dioses, ciencias infusas, fenómenos subnormales apadrinados por anormales, electro encefalogramas planos. España es un gran bótox, un chute de ácido hialurónico que oculta esas arrugas, esa miseria nuestra, ese gran desconocimiento que descansa postrado en el convencimiento más cobarde, estúpido, banal y adocenado.
No presuma de calma, presidente. Cuatro sacos nos bastan para una barricada. La pólvora mojada tiene onda expansiva, sólo el que piensa lo sabe y de ello conoce a los que fuímos, perdedores de todas las guerras, pacifistas excusados, burlados a tientas en el nombre de un padre con hijos putativos, adoptados, desconocidos, incluso híbridos a fuerza de discutir el color de su bandera.
Este paciente inglés no se impacienta, no pasea las calles cuando se pone el sol, no dá la cara. Inmigrar o emigrar, salir o entrar, ser o no ser. He aquí el dilema. Mandamás. Todos los mequetrefes, piojos resucitados cuyo adn se reproduce a gran escala insistiendo en seguir predicando una fe que no existe, una paz irrreal, un adulterio válido que comercialice cataplasmas contra el pensamiento. A pecho descubierto sólo se está en el gimnasio, y ni siquiera ya todos los pechos son originales, biológicos : las tetas anilladas, el brazo tatuado con máximas de lerdo, impostura canalla que no sabe del preso, del delincuente pobre pisado por la turba, de esa necesidad devastadora que precede al delito.
No me voy a calmar. No le concedo el tiempo que me queda para estar en un sitio que no me representa. España es todo un mundo porque es mucho más.

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