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Consuelo García del Cid Guerra

terremoto

Fue el primero y el único sentido en mis carnes. 1995. Dormitaba en la habitación de un hospital, acompañando a mi socio, ya terminal. Finales de Mayo, tal vez Junio, no lo puedo precisar. No, al menos, en el archivo de mi memoria. Mediodía, casi al borde de una tarde calurosa. El edificio de enfrente se encontraba en obras, la tierra levantada, revuelta mecánicamente por excavadoras que producían un ruido infernal. Aún así, él se durmió. Yo me dormí. Desperté sobresaltada. La atmósfera adquiría formas onduladas. Todo mi cuerpo se balanceó con furia, y el suelo se movía. Juro que se movía. Pensé que se trataba de las obras, pero ningún aparato podía alterar de aquel modo tan rotundo la tierra. Tierra firme. El suelo que pisamos. Tuve miedo. Percibí lo anormal, el fenómeno. Duró unos segundos que se hicieron muy largos. Permanecí tumbada. El estómago se me subió a la garganta y un cosquilleo al borde de la hipoglucemia estalló en mi interior hasta que, como por encanto, todo volvió a la normalidad. Una de las enfermeras apareció de pronto y dijo :

“¿Os habeis enterado del terremoto?”.

Miles de personas han muerto en Haití, el país más pobre del hemisferio Occidental . Anteayer por la tarde, durante quince segundos, un  terremoto destruyó el centro de la capital, Puerto Príncipe. Tres millones de afectados, heridos por las calles, edificios destrozados, incluido el palacio presidencial. Desaparecidos que serán hallados hechos pedazos entre los escombros.

Supervivientes sin hogar. Su mundo ha quedado roto y el país se ha convertido en un interminable funeral. Parte de los heridos han sido trasladados a hospitales de la República Dominicana.

Las condiciones económicas y sociales de Haití se deterioraron significativamente durante la década del año 2000, debido a los conflictos políticos que socavaron el apoyo financiero externo, bloqueando las inversiones privadas.
La población haitiana es de origen africano (95 por ciento) y europeo (5 por ciento), con una tasa anual de crecimiento estimada en 1.42 por ciento, mientras que el índice de mortalidad infantil suma 76 por cada mil nacimientos y la esperanza de vida oscila entre los 50 y 52 años.

Pobreza sobre pobreza cebada en un devastador desastre. Aquel terremoto de 1995 no significó nada. Lo acusé plácidamente en posición horizontal, descansando al caer la tarde.

La escala de valores, como la de Richter y la de Mercalli, se confunden tras tupidos velos y cortinas de humo.

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