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Consuelo García del Cid Guerra

A LA QUE FALTA

A LA QUE FALTA

 Por el título supe que la que falta eres tú, Cristina. Luis Miguel me dijo:  y queda, como siempre, el vacío. Esa frase –suya- la tengo guardada en alguna parte. Tengo, también, toda nuestra historia en aquellas cuartillas dobladas por la mitad, como partidas, dentro de sobres en los que tu hijo ya no puede escribir ninguna dirección. Son cartas que con el paso del tiempo han adoptado un color amarillo.

Durante casi cuatro décadas he seguido, estudiado y leído sus libros. Algunos dedicados, cuando todavía era posible.El resto, enviados, comprados, prestados, fotocopiados, regalados.

Este lo he recibido como maqueta final. Y desde el primer instante me he sentido partícipe de una larga carta en forma de libro. Un poema que no acaba.Y por eso, tal vez por eso, he decidido escribir yo también a la que falta: Cristina.

Siempre he dicho a unos, a otros y a los del más allá, que los libros de tu hijo Luis Miguel son de premio.Y no es pasión de amiga. Es pura tensión arterial.

“A los andares dubitativos del fallecido no les quedan nada bien los acordes de Haendel ni las locuciones sublimes que se escuchan detrás de la puerta.Cuanto más triste regresa de su paseo por el Cascayal,su náusea en la madrugada más nos saca de quicio”.

“Yo no me retuerzo las manos por nada del mundo,dice el hombre intratable.Yo no fraternizo con el caos ni con la conmiseración, le contesta el hombre mugriento”.

“Procuremos que el tiempo no aborrezca demasiado nuestra cretina disposición a imaginar que los desaparecidos no padecen sino delirios de languidez y linternas de petaca”.

Cristina era modista. Por eso el acerico y el hilo en la portada del libro. Los hilos del poeta que han cosido los lomos, llorado tanta ausencia y escrito A la que falta. Para Cristina Rabanal. Gracias, Luis Miguel.

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