Blogia
Consuelo García del Cid Guerra

Era la primera vez que alguien se iba delante de mis narices.Tenía yo catorce años, quince ella.Dijo que iba a buscar tabaco mientras la esperábamos en un bar.Escuchamos un gran estruendo, un golpe seco, un coche frenó y se frenó su vida.Fué mi primer funeral y la primera muerte vivida.Un drama.No comprendía cómo de pronto una persona se va.Cómo ya nunca más estaría en el colegio, no llegaría a las nueve, ni a la una, ni nunca.

Pasados los años, una se acostumbra a los funerales.Es curioso lo que se produce en ellos. Te encuentras con personas a las que hace muchos años que no veías ya, y con las que se supone que te une el muerto.Bastan muy pocas palabras para comprobar que no te une ya nada, que la vida ha pasado por caminos disitintos y no queda mucho por decir. Se nota hasta en la forma de vestir, en el pelo, en la mirada.Las visitas distraen la pena y sobre todo la situación, siempre triste.Los tanatorios son ahora modernos, iluminados y organizados. Casi parece una empresa, está todo programado. En realidad lo es, puesto que esas pequeñas estancias de alquiler durante 24 horas para recibir, saludar, dejar unas flores y llorar, están equipadas con todos los detalles. Unas cajitas de cartón, como las de los hoteles, guardan en su interior pañuelos de papel. "Tanatorio. Un lugar lleno de sentimientos", dicen las cajitas.Y dentro hay cinco pañuelitos para sonarse y secar lágrimas.

La gente va apareciendo a primera hora de la tarde. Ahora ya no se puede fumar, lo que hace la situación más incómoda, si cabe.Te miran.Miras. "Ay, si estás igual que hace quince años", y te abrazas sin más, pero con dificultad.Piensas, "pues yo no te habría conocido, estás fatal, abandonada, vieja. Se nota que no te ha ido bien, pareces cansada, de vuelta".

La última vez que acudí a un tanatorio fué por Mario.Se fué joven, apenas 52 años, por un accidente de tráfico.Nos reencontramos todos los viejos amigos de juventud.Nos perdimos de vista hacía ya mucho, pero todos nos reconocíamos perfectamente.Yo sentí sinceramente su marcha.Creo que todos los demás también.No quise entrar a verle, tampoco quise decir ni escuchar eso de "parece dormido". Pensé en él todo el tiempo.Durante una hora, los años nos devolvieron el viejo recuerdo de Mario, pero no llegó a más. Ni siquiera nos pedimos los teléfonos o el correo electrónico.Estuvimos de paso como Mario por la vida.Nos despedimos de él y de toda una época. Ya no tenía sentido ni siquiera un café de más, un abrazo o una mirada húmeda.Supe en ese preciso momento que a Mario no le habría gustado.

0 comentarios