EL PADRINO
Tenía nombre de rey y de entre todos los reyes, nombre de rey divino. Nombre de sopresa, de regalo, de vacaciones, de fiesta. Melchor era un hombre que recuerdo
aristócrata sin serlo, rico sin serlo del todo, guapo sin conseguirlo. Parecía las tres cosas y no era ninguna de las tres. Melchor era un tipo excéntrico para la época, demasiado elegante, demasiado resultón, demasiado pintoresco. Siempre me pareció mayor, pero tampoco lo era. Yo lo veía como a un millonario en su palacio de la calle Córcega, un entresuelo enorme en cuyas paredes colgaban todos los cuadros, todas las vírgenes, todos los caprichos. Hacía colección de monedas, de látigos, de teléfonos, de cajas, de billetes, de relojes. Y lo exponía todo sobre las mesas y las amplias paredes de techo alto. Su habitación era blanca, con los muebles lacados también en blanco, y un teléfono blanco, de madera, en una de las mesillas de noche, puramente decorativo, porque no funcionaba. Los bordes de la cama y del armario eran dorados. Parecía la alcoba de un actor de cine, y es lo que a mí siempre me pareció Melchor, un actor de cine. Sólo los amigos le llamaban por su nombre. Para los hijos de los amigos siempre fué "El padrino".
Y era el padrino de todos los hijos varones de sus amigos. El día de los Reyes Magos celebraba su santo a bombo y platillo. Su prima, una mujer que hacía las veces de ama de llaves, dueña y señora, vivía con el padrino desde su juventud. Nadie se preguntaba esa relación, y cuando yo lo hice, mi madre me contestó que era como un "matrimonio blanco". Yo no entendí lo de blanco, y ella me explicó que no dormían juntos ni tenían hijos. Será que no se quieren, pensé, pero no era cierto, porque se querían como hermanos y se necesitaban mutuamente.Entonces, insistí, quiere decir que los matrimonios que duermen juntos y tienen hijos, son "matrimonios negros"? Nadie me contestó como no me crespondieron a esas preguntas de la infancia.Incómodas, de respuesta complicada para los adultos que quieren ocultar algo. Yo siempre supe que del padrino algo se ocultaba, pero no sabía qué.
Melchor se levantaba muy tarde, pasadas las doce, todos los días del año. Se colocaba un batín de raso y un foulard blanco perfectamente doblado y se sentaba en su sillón de orejas. Escupía varias veces sobre un artefacto repugnante de cerámica llamado "escupidera", porque tosía constantemente. Fumaba un pitillo tras otro de una marca extraña llamada "Montesol".Y hablaba. Y escuchaba. Y yo le escuchaba porque sus conversaciones eran siempre interesantes, distintas, memorables. Hablaba mucho de política. A veces llevaba un bastón con puño de oro con sus iniciales. Parecía un marqués. Y entonces aparecía Máximo.
Máximo era un joven muy guapo que trabajaba con él. Nunca supe deducir sus funciones pero era algo así como un asistente, un hombre para todo, su hombre de confianza. Eso. Para todo y de confianza.Durante años y años, desde que recuerdo, estuvo siempre allí. Y la prima del padrino le trataba como si fuera de la familia. Era una casa extraña. Todos dormían sólos, nadie era el marido ni la esposa de nadie, pero era un hogar. Blanco, como dijo mi madre.
El día de los Reyes Magos, todos los ahijados de Melchor recibían un billete de mil, que entonces era muchísimo dinero. Incluídos los hermanos de los ahijados, como yo. El padrino salía a media tarde, en verano con un impecable traje de lino blanco y un sombrero. Dios, qué hombre. Yo le miraba. Guapo. Tieso, atractivo, digno. Un señor. Un actor. Máximo, su todo y su confianza, a veces le acompañaba. Qué guapos los dos.
Pasaba el tiempo pero para el padrino no, porque nunca envejeció del todo. Ni siquiera cuando enfermó irremediablemente. Yo miraba un pájaro de cristal azul que tenía colocado en una de las mesas, bajo una gran piel de leopardo. Y el padrino hablaba desde la cama de su habitación blanca y junto al teléfono de mentira. Máximo, todo confianza, estaba.
La muerte de Melchor fué una muerte magnífica, señorial, como él. Y ni siquiera entonces, que yo ya tenía más de veinte años, me hice preguntas. Yo sentí que con el padrino se fué una parte fascinante de mi infancia. Nunca le he olvidado.
Cuando pensaba en él, un paisaje confuso me aparecía lentamente en la memoria. Mi madre puso una foto de Melchor junto a la de mi padre. Me la quedé mirando. Y de pronto, sin más, como una revelación, solté:
-Mamá, el padrino era gay, verdad?
-No te consiento que digas eso. No te lo consiento.
-Pero por qué? no pasa nada. Era homosexual, verdad? y Máximo era su amante.
-No ¡¡¡ -exclamó, enfadadísima-. No vuelvas a decir eso nunca más.
Y según se enfadaba me daba la razón. Y de pronto el padrino me dió mucha pena por haber tenido que estar ocultando su vida. Su todo y su confianza, Máximo, qué guapo era. Creo que no tardé mucho en deducir que los matrimonios blancos no existen. Pero los negros sí.
0 comentarios