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Consuelo García del Cid Guerra

EL GORDO

Este año me han conmovido dos casos concretos. Un tipo que acababa de salir de la cárcel y un inmigrante que vive en un piso patera. A los dos les ha tocado un pastón y el gordo está para eso y para ellos. Esa es la gente que merece el golpe de suerte y la sonrisa de la fortuna.  Nunca serán nuevos ricos porque uno ha sido muy muy pobre y el otro conoce el otro lado, el más oscuro. Hagan lo que hagan, seguro que estará bien hecho, aunque se equivoquen.

Porque hay una cosa clara e insoportable : El españolito de a pié, ese que lleva media vida en el mismo trabajo y no ha terminado de pagar la hipoteca, al que si le toca el gordo lo primero que hace es comprarse un cochazo, luego monta una macro discoteca, se alcoholiza, se separa de la mujer (no lo hizo antes por falta de dinero) y se lía con una adolescente caribeña que le rebana la cuenta además de destrozarle la líbido para los restos, ese, el estable que se vuelve inestable, patético, malhumorado y pendenciero, ese, no sabe cómo gastar ni sabe el valor del dinero.

El gordo, en justicia, debe ser para el inestable, español o bengalí. Para el que no ha tenido suerte o en su defecto muy mala suerte. Esos saben que la pasta no es una juerga permanente, que si les cae, es un regalo del cielo, y que sólo se vive una vez. Agradecerán a los dioses en los que crean esa nueva oportunidad. Yo me alegro sinceramente por ellos.

Conocí a un tipejo lamentable al que le tocó el gordo dos veces. Vivía en una casa horrenda, con techo, pero parecía sin techo. Todo el mal gusto de la nación entera estaba concentrado en ese lugar que era lo más lejano a un hogar y lo más amargo que he paladeado en la vida sin masticar ni comer. Tenía cinco lavabos a cual más ordinario, en uno de ellos, con bañera redonda, y  se dibujaba en los azulejos una sirena azul de cuello corto que dejaba caer un cántaro por donde salía un chorro de agua semejante al manguerazo de los psiquiátricos para calmar a los internos. Este tipo tenía un hijo a su imagen y semejanza que cada día acudía al colegio con diez mil pesetas que se gastaba en sugus y nubes y gusanitos de gominola. Los lanzaba al aire y los compañeritos recogían las chuches del suelo.

La habitación de matrimonio era de un blanco sospechoso y como cabecera colgaba un cuadro horroroso con una pareja cogida de la mano y al fondo ese sol con fuego típico de los pubs oscuros aquellos de los años sesenta donde los casados acudían a meter mano a la amante y los camareros acomodaban a los clientes con linterna.

Los interruptores de la luz , de un verde fosforescente imposible, eran tan sumamente llamativos que no hacía falta encender nada porque uno podía guiarse sólo con ellos.

El tipo se dedicó a presumir, a gastar, a cerrar bares de putas y montar un par de ellos sin éxito. La pasta se acabó y con ella se acabó él. Hoy duerme debajo de un puente y le dá la tabarra a todo el que le quiere oír contando su historia del gordo ... nadie le cree.

Era muy poco simpático sin pasta y con ella fué un verdadero cabrón. Ahora es un desgraciado. Dicen que es mucho más jodido haber tenido mucho y pasar a no tener nada que no haber tenido nunca. Y eso es cierto.

Ojalá que el ex convicto y el inmigrante sepan encontrar un camino mejor. Se lo deseo de todo corazón.

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