Giménez-Frontín, un tipo decente, de Francesc de Carreras en La Vanguardia
Leyendo sus memorias recién editadas, esperando comentarlas al calor de una amigable cena durante estas vacaciones de Navidad, se nos ha ido inesperadamente, con su habitual discreción, José Luis Giménez-Frontín, escritor, editor, periodista y agitador cultural. Además, y esto es lo que hoy más me mueve al recordarlo, una gran persona, un espíritu curioso y culto, un hombre generoso, tolerante, sensible y buen amigo de sus innumerables amigos, unas cualidades no fáciles de reunir, más aún entre la fauna intelectual que nos rodea.
Su peripecia vital, la que relata en sus memorias (Los años contados, Bruguera, Barcelona, 2008), muestra su participación en la historia cultural y política barcelonesa de su generación, pero también es un ponderado juicio sobre ella. En realidad, ha sido un testigo excepcional, pues anduvo metido en todas las corrientes y tendencias, conoció de cerca a todos los personajes con algún papel y, sin embargo, no se dejó atrapar por ninguna y por ninguno.
Tuvo siempre un criterio independiente, sereno, distanciado, crítico, racional y escéptico.
Fue todo menos un hombre de fe: prefería las ideas a las creencias. Las ideas siempre pueden ser revisadas y sometidas a cambios, a cambios razonables, uno no se afinca en ellas para toda la vida, son un producto del método de prueba y error, suponen un aprendizaje incesante y continuo. José Luis ejercía este método de forma incansable, con el empuje vital que le caracterizaba desde siempre, los mil intereses que intentaba conciliar a través de sus aficiones, centradas todas ellas alrededor de la literatura, el arte y el pensamiento.
Lo conocí en sus inicios, fuimos compañeros de curso en la facultad de Derecho y, a partir de entonces, estrechos amigos durante una década, la de los sesenta, ahora ya no sé si prodigiosa o nefasta, en todo caso apasionante para los que la vivimos intensamente. Después nuestras diversas orientaciones profesionales nos distanciaron, pero nunca se truncó la amistad y la confianza mutua, encontrarnos y charlar nos producía la misma alegría y complicidad de nuestros años juveniles. Ya en la facultad, Giménez-Frontín se mostró como un líder decidido, un organizador de consensos que le llevaron a ser elegido delegado de los alumnos en aquellos primeros tiempos en que ello implicaba ser objeto de represalias políticas, como así fue. En aquellas épocas se solía ser, y era su caso, claramente demócrata y vagamente marxista. Aunque hubiera podido ser un buen jurista, ya que reunía virtudes para serlo -años más tarde, como explica en las memorias, lo fue circunstancialmente por necesidad, pero le interesó-, le atrajo mucho más su vocación literaria, ciertamente una perspectiva vitalmente más abierta y, sobre todo entonces, más estimulante.
Así pues, se dedicó al mundo editorial, primero en Ediciones de Cultura Popular y después en Kairós. A partir de ahí, quizás por influencia de Pániker, su jefe en esta última editorial, se aventuró en el mundo de la contracultura, con la curiosidad y el escepticismo de siempre. Se dedicó durante unos años a ser un protagonista de las tendencias dominantes en aquella época. Años, sin embargo, bien fructíferos: lecturas incesantes, largas estancias en las universidades de Bristol y Oxford, conocimiento del mundo cultural nacional e internacional. Giménez-Frontín, vital y racionalista, pasó por ello como ha pasado por otras situaciones: observando, reflexionando y aprendiendo, formando el amplio poso cultural que tenía en estos últimos años.
Todo ello le permitió convertirse -a mediados de los ochenta- en un gestor cultural de gran altura, siempre al margen de los poderes públicos. Por un lado, creó la ACEC -Asociación Colegial de Escritores de Catalunya- de la que fue hasta hoy, junto a su esposa, Pilar Brea, el motor principal, hasta el punto de que dicha asociación, que agrupa a más de seiscientos escritores, ha sido conocida en nuestro mundo cultural como “la asociación de Giménez-Frontín”. Por otro lado, desde 1987 hasta 2004, fue el director de la Fundació Caixa Catalunya, con sede en la Pedrera, a la que dio desde sus inicios un enfoque cosmopolita, inhabitual en la Catalunya de hoy, que la ha convertido en un punto de referencia ineludible para la cultura de nuestra ciudad.
Así, las vertientes más características de su personalidad profesional - amplia formación intelectual, sensibilidad artística y dotes de organización-han fructificado en la ACEC y en la fundación, sus dos grandes obras más allá de su estricta condición de escritor. Aunque esta, su condición de escritor, ha sido su más íntima vocación, la que más horas ha ocupado en su vida y en la que ha desempeñado todos los papeles: poeta -ante todo poeta- pero también ensayista, novelista, traductor -del catalán, francés e inglés al castellano-, periodista y memorialista.
Pocas veces he visto a los amigos tan apenados en un entierro. Saludos comedidos al encontrarse, trémulas palabras sobre el amigo que se fue, muestras de sincero afecto a la viuda y al hijo, ojos enrojecidos a la salida, tras los contenidos elogios de quienes tomaron la palabra, la suave música de fondo que acompañó todo el acto, la emoción al escuchar como despedida a Georges Brassens entonando Suplique pour étre enterré a la plage de Sète.Más que a un escritor y a un amigo, allí se estaba despidiendo a un tipo decente.
FRANCESC DE CARRERAS, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.
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