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Consuelo García del Cid Guerra

adios, CARTIER

adios, CARTIER

Ante semejante nivel de morosidad y plantando cara a la situación, mañana vendo mi Cartier para poder tener efectivo. Es una sensación poco importante y un tanto frívola, desdeluego. Pero jode. No por el reloj, que es sustituíble, sino porque supone una evidencia alarmante: Aquí no paga ni el apuntador. No es un drama, al fin y al cabo, no es más que un Cartier que a mí ya no me marcará las horas ni me hará enloquecer, ni se irá nadie para siempre cuando amanezca otra vez. Eso sí, me queda el recuerdo de quien me reveló algo insospechado. Tengo un imán para lo extraño. Hace tiempo, un hombre de mediana edad y con aspecto de homeless, me pidió un cigarro. Le anticipé que fumo negro, puesto que a mucha gente no le gusta. No importa, me dijo, y se lo dí. Me miró el reloj. "Vaya, lleva un Cartier", dijo. Me incomodó un poco, lo reconozco. Me miró y le sostuve la mirada. Era intensa. Entonces me suelta : "Sabe usted cómo se reconoce la autenticidad de un Cartier". Ni idea, contesté. Y el hombre, ante mi estupefacción, se sacó del bolsillo una lupa. "Creo que casi todos los Cartier son de números romanos, sabe usted. Basta con mirar con la lupa el número 7, en romano VII. Fíjese bien, en el segundo palo del VII, se aprecia perfectamente con la lupa la palabra "Cartier"". Así era. Los ojos se me salían de las órbitas. "Y eso, usted cómo lo sabe?", le pregunté. "Porque he tenido muchos, señorita". No lo dudé. Su gesto y aquel porte extrañamente aristocrático, casi decadente, encerraba una historia. No quise preguntar porque me conozco y hubiera acabado cenando con él, después buscándole trabajo y al final me habría metido en un lío de cojones, como me ha sucedido en demasiadas ocasiones. Pero tampoco me iba a marchar tan pancha ante semejante  revelación que me iba a ser de gran utilidad en el futuro, de modo que me dirigí hacia el estanco más próximo y le compré un cartón de Winston. El hombre se extrañó tanto de semejante regalo que no dejaba de dar las gracias y decirme "Es usted toda una señora". "No, el señor es usted", le dije. Y es que era verdad.

Nunca me he cuestionado en qué gastan los homeless las monedas que consiguen de los viandantes. Hay mucha gente que les reprocha el hecho de que fumen marcas de tabaco caras o que se lo gasten en vino. A mí es que me dá lo mismo, es más, entiendo que beban ante semejante panorama, y si pueden fumar tabaco bueno, mejor que mejor.

Yo al hombre le dí poco. Un pequeño homenaje, nada más. Años más tarde, se presentó en mi casa una amiga mía, alborotada porque su reciente novio le había regalado un Cartier. Me lo enseñaba, triunfante, como si hubiera conocido al más azul de los príncipes. "Un momento", le dije. Y fuí a por una lupa. La palabra "Cartier" no aparecía por ningún lado. Era falso.

-Pepa, mucho me temo que te voy a dar un disgusto. El Cartier es falso, churri.

-Pero qué dices? Cómo coño lo sabes?

-Eso, Pepa, jamás te lo revelaré. Pero te juro que es falso.

Ella cogió el teléfono, como una fiera. "Hijo de puta, pero tú por quién me has tomado regalándome un reloj falso y haciéndomelo pasar por auténtico? eres un mierda, un pringado, vete a vacilarle a otra y no me llames nunca más".

Colgó llorando y dijo : "Encima me pide perdón y me dice que lo compró en Dubai".

-Tienes un problema grande, Pepa. Si mides a tu príncipe azul por los regalos que te hace, vamos mal. Debería importante un bledo si el reloj es o no auténtico, aunque es cierto que el tipo que ha mentido. Pero yo te juro que quien me reveló este pequeño secreto, era un tipo auténtico.

Como mañana lo vendo, he decidido revelarlo aquí y ahora. No he vuelto a ver a aquel hombre. Ojalá no siga en la calle. Ningún reloj es importante. Eso lo sé con absoluta certeza. Me lo compré cuando era rica y ahora no lo soy. Puede que sea posible tener otro. Pero si puedo elegir, preferiría encontrarme de nuevo con aquel hombre, y aunque la cagara, le ayudaría en algo. Seguro.

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