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Consuelo García del Cid Guerra

felices pascuas

Felices Pascuas

 

 

 

 

Era un valor con olor. Paso o se modifico, pero con el transcurso del tiempo se puso en duda. La semana santa era otra cosa. Truculenta, morada, silenciosa y ausente ante los hombres. Vigilias sagradas (maldito pescado) ayunos interminables (ahora nos cuestionamos el rabadán como si fuera de otro mundo) antes de “comulgar”. Nos hacían caminar despacio, muy despacio, hacia el altar, con la cabeza cubierta por un velo negro. Entre las manos, el misalito regina y un rosario colgando. Aquel silencio sepulcral te hacia sentir muerta en vida. Pecadora sin remedio. Podías creerlo o no, pero estabas obligada a participar. A confesarte. La confesión me parecía un acto humillante, negro y descolocado. De rodillas. Siempre de rodillas. Todo de rodillas.

No hace tantos años. Refresca la memoria: Te ves pequeña, asustada, arrojadiza e inútil ante tanta ceremonia ociosa y religiosa. Ejercitada en aquellos retiros espirituales, que no eran mas que acampadas con monjas y curas sermoneando sobre la vida y milagros de dios, poco de los humanos, que estábamos todos sucios, cansados y en peligro.

Un pulpito parecido a cualquier escenario teatral donde con voz truculenta se escuchaba la palabra del sacerdote, que no la de dios. Porque dios,¿ donde estaba? Que conducta, que pecados, que camino?

Se preocuparon tanto de la virginidad que se acabo perdiendo a media tarde en el asiento trasero de un seiscientos. Nos abrumaron tanto con los asuntos de la carne, que cuando al fin te besaron en la boca temías llegar a casa y enfrentarte a la mirada inquisidora de tu madre, por si lo notaba.

¿Cómo es un beso?

-Largo, mojado, con lengua retorcida, la tuya y la de el…todo lo largo que puedas, sin respirar, aunque te ahogues…

¿Y no te da asco?

-No…pruébalo, es una maravilla…

En la última fila de un cine de barrio te puso la mano en el hombro. Dios no estaba, pero sabias que era pecado, y que no lo podías contar. Hagamos santa esta semana, santa como nadie, rompamos el silencio para no confesarnos jamás, y que el tupido velo no corra nada, ningún secreto, ningún asunto. No fuimos mejores ni peores después de todo aquello, solo mas descreídas, deslenguadas, atrevidas y rumberas. Beatles, Rollings … un cigarro aspirado como si fuera pólvora, y goma de mascar en los bolsillos. De menta. Siempre de menta. Cuanto esfuerzo, por dios, sin hacer nada.

La hostia no se muerde, es pecado mortal. Ahora las hostias te las dan por todas las esquinas, seas bueno o malo, guapo o feo, pobre o rico. Que pena.

Semejante desperdicio nos llevo a explorar los lugares prohibidos, y allí se estaba en la gloria. No se si dios lo sabe.

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