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Consuelo García del Cid Guerra

Pobre Hombre

No siempre es el que pide sino el que calla. Comprende una mirada casi perdida en las horas del día. No son lunes al sol, resultan lunes a solas.

Busca en las papeleras los anuncios clasificados de “la venguardia” donde aparecen las ofertas de empleo. La gente acostumbra a rasgar el celofan de los suplementos y a extraer esas paginas que no le sirven de nada. Guarda las monedas justas para llamar por telefono. Calcula los cigarrillos que debe o puede fumarse al día. También el gel de baño, la pasta de dientes y el jabón para lavar los platos. Nadie imagina cuanta espuma se obtiene de una gota solida que lo limpia todo. El grifo se abre y se cierra con cautela. Y los lavabos de los bares son los mejores proveedores de papel higiénico.

La pobreza tiene un claro principio pero no adquiere fin. El otro lado se acerca como lobo al acecho : Casi te come, afila las uñas, huele, recorre ese alrededor vital donde todo es inútil. Ya es uno mas entre las llamadas perdidas. Llámame, que no tengo saldo. Los cafés cortos son largos. El día es una afrenta en la que ni siquiera el espejo te reconoce ya. Los demás se han marchado lentamente. No dicen que se van, desaparecen porque tiene cara de poder pedir en cualquier momento. Esas largas ausencias provocan una suciedad complicada cuando acaba de salir de la ducha : se siente un cerdo. Repelente al resto de los humanos porque ya es un resto. Casi un poso.

Los zapatos apuran las suelas y se acomodan cada vez durante mas tiempo en zapatillas. No importan las rebajas porque no quedan mas que horas bajas. Cualquier canción le puede hacer llorar. Y  cualquier bolero le conduce hacia la barra de un bar o una botella cualquiera. No puede recordar cuantos años ha trabajado, seguramente muchos. Sin embargo, un papel oficial le ha definido como “no contributiva” para otorgarle una pensión miserable con la que supuestamente deberá sobrevivir. No es la suya una jubilacion anticipada sino una constante muerte anunciada. Es viejo antes de ser mayor. Es mayor sin ser todavía un viejo.

Las sabanas ya no huelen a suavizante porque se han hecho tan asperas como el. Una noche, de pronto, se dio cuenta de que había dejado de leer su horóscopo. Y ese día supo que ya no tenia futuro.

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