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Consuelo García del Cid Guerra

Trabajos forzados

“No esperes ayuda de nadie a quien has visto en el infierno”. Acabo de escuchar estas palabras en medio de una conversación escueta pero densa.

Es cierto. Por mucho que hayas ayudado a media humanidad y siempre por nada, no esperes el regreso, ni siquiera el detalle de vuelta cuando tu lo necesitas. Aquellos que hoy se encuentran bien colocados, asentados en puestos que probablemente ni siquiera soñaron, no quieren recordar sus orígenes y tampoco a sus mentores, protectores, pigmaliones, compañeros o amigos que le ayudaron en su momento a estar donde están.

 La concentración de todas estas expresiones caben en cualquier persona: Es quien es, y esta donde esta. No se moverá, porque ese es su lugar. No se trata de que resulte bueno o malo, peor o mejor. “Dirígete a aquel que sabe lo mismo que tu, aunque creas que es un autentico canalla, porque si así fuera, es tu canalla conocido”. Más cierto todavía. Aquel que menos lo esperas es quien te escucha –que no es poco- y hasta te tiende la mano. Y no lo hace por nada, lo hará por lo que eres y lo que sabe que vales. No siempre el tiempo pone a cada uno en su lugar. De mediocres bien posicionados esta el mundo lleno. La mediocridad, como la cobardía, son sentimientos –y estados- elegidos o adquiridos. Depende de las circunstancias, no necesariamente de las capacidades. Hace mucho tiempo, yo bautice a un individuo como “Forrest Gump”, porque nunca vi a un tonto llegar tan lejos. Y sigue lejos, apostado en un despacho que le va enorme, con un cargo ancho en el que se pierde y divierte al mismo tiempo. Le vi putear,vejar, despedir, cometer una injusticia tras otra sin el mínimo atisbo de compasión, debilidad o duda. El poder, por pequeño que sea, no es para todo el mundo. Quien lo ejerce con acierto debe encontrarse cuanto más lejos mejor, porque la cercanía confunde rápidamente y los juicios de valor se realizan con una facilidad muy peligrosa, tanto como la sinceridad gratuita que nos puede dejar en cueros vivos sin necesidad.

Del mismo modo en que ganar dinero no tiene nada que ver con el hecho de ser inteligente, debemos asumir que el verdadero triunfo, lo que se entiende por “llegar lejos”, es tener pasta. Socialmente es así, porque así hemos hecho nosotros el mundo o (mal) hemos permitido que así sea. Podemos disfrazarlo como mejor nos parezca y será algo que nunca cambiara. Nunca. Ahora, inmersos en una dramática crisis, se nos revuelven las tripas y entramos en pánico ante la falta de liquidez, las deudas o quiebras, falta de trabajo y lo que siempre es peor: Falta de lo elemental para subsistir. Resistiremos si existe materia interna, línea de conducta consecuente, y por encima de todo, principios, aunque nos parezca que es el final. Si la ruina de un imbecil consigue arrancar sonrisas, es que estamos perdiendo la más fundamental de las batallas. Esta guerra no oficial sacara a muchos de sus fantasmas y nos mostrara como caen tanto los miserables como los hombres de bien. Mientras no se confunda la barrera real del bien y el mal, estamos a salvo. Ni siquiera es ya cuestión de suerte : Se ha convertido en un trabajo forzado. A fuerza de decepciones, lagrimas, trompazos, generosidades mal entendidas e ingratitudes generalizadas. No es que la vida sea así, solo son así algunas personas.

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