CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE PEOR
“NOSOTRAS, LAS DECENTES. LA SALVAGUARDIA DE LA
MORALIDAD FEMENINA EN UNA CIUDAD DE PROVINCIAS.”
Beatriz Caballero Mesonero
Universidad de Valladolid
Si un término marcó la vida de las mujeres españolas que vivieron bajo la dictadura
franquista sin duda alguna la palabra decencia ocuparía uno de los primeros puestos en la
lista. El adoctrinamiento recibido por las mujeres en este sentido para la salvaguardia de su
moralidad y la del país es realmente intenso a todas las edades, pero muy especialmente en
las etapas de la adolescencia y juventud por sus especiales características. Y es intenso a
todos los niveles de influencia social, institucional y familiar: desde los más altos organismos
de Iglesia y Estado, con Acción Católica y Sección Femenina a la cabeza como instituciones
de socialización y adoctrinamiento de mujeres por excelencia, pasando por los manuales de
los prolíficos moralistas de la época y demás prensa y literatura femenina, hasta la propia
presión generada por el conjunto de la sociedad y la familia
El apoyo que la dictadura encuentra en la institución eclesiástica, ya desde sus
orígenes cuando la misma guerra civil es entendida como cruzada, refuerza y legitima el
modelo franquista de mujer1. El respaldo que la Iglesia ofrecía al régimen fue fundamental
para el sostenimiento de un férreo control social, amparado en la prédica y primacía de los
valores de la sumisión y la resignación y en el adormecimiento de las conciencias ciudadanas,
que siguiendo las directrices eclesiásticas habrían de estar más preocupadas por la
inmoralidad del país, expresada en la longitud de los vestidos y escotes de las españolas, que
por los problemas de corrupción económica o la carencia de derechos fundamentales y
libertades2.
El modelo femenino propuesto por el nacionalcatolicismo en la línea del ideal de “La
perfecta casada” de Fray Luis de León, ensalzaba las virtudes más piadosas y devotas de la
mujer y su función de madre y esposa ejemplar siempre sumisa ante la autoridad y jerarquía
paternas. Y para cumplir este cometido las mujeres eran educadas desde niñas según un
patrón de género patriarcal, falangista y tradicional que las prepara y convierte en correas de
transmisión de los máximos valores de la moralidad en la que se sustenta la ideología del
“Nuevo Estado”. De esta manera todos aquellos comportamientos que se saliesen de la pauta
establecida serían, formal o informalmente, censurados.
Así pues, como una forma de reforzar la supeditación de la mujer al varón y prevenir
conductas deshonestas, los mismos estamentos eclesiásticos pretenden controlar todas las
formas de expresión de los sentimientos y las diferentes etapas por las que atraviesan las
jóvenes en sus relaciones con el otro sexo, desde las presentaciones, los primeros encuentros
1
y el cortejo, hasta llegar al matrimonio como fin supremo de toda relación3. El objetivo
perseguido no dejaba lugar para el azar y así queda claramente expresado en las “Normas de
Decencia Cristiana” sobre el noviazgo:
"Norma 60.Un hombre no debe tratar afectiva y asiduamente con una mujer sino
con vistas al noviazgo, ni emprender el noviazgo sino con vistas al matrimonio. El flirt
es un pecado ordinariamente grave.
Norma 62. Para conseguirlo, además de una intensa vida de piedad, han de
procurar huir, en su trato, de la soledad y de la oscuridad. El no hacerlo suele ser
pecado mortal, porque constituye un peligro tan próximo que es casi segura la caída, y
fácilmente sirve de escándalo a los que lo conocen.
Norma 64. No puede aceptarse el que los novios vayan cogidos del brazo con
peligro para ellos y mal ejemplo para los demás. Es escandaloso e indecente el ir
abrazados de cualquier forma que sea."4
Un asunto que va empeorando paulatinamente hasta convertirse en un verdadero quebradero
de cabeza para los altos cargos eclesiásticos quienes se ven con frecuencia en la obligación de
recordar a sus feligreses sus deberes cristianos y morales. Quizás una de las referencias más
clarificadoras sea la declaración que los obispos españoles publican en 1971 bajo el lema
“Declaración sobre la vida moral de nuestro pueblo” en la que denuncian la profunda
decadencia y pobreza moral del pueblo español, analizando sus causas y síntomas y
planteando posibles remedios.
Los márgenes de lo que la Iglesia consideraba indecente eran realmente amplios e igual de
amplios debían ser los motivos que la autoridad civil consideraba objeto de sanción:
blasfemias, bailes, fiestas, cine, etc. Pero en estas cuestiones la estrecha vigilancia y los
mandamientos oficiales poco tenían que ver con la realidad social y a mayores prohibiciones,
mayores eran también las estrategias dispuestas para sortearlas y sin que faltara el gracejo del
pueblo español para tratar de quitar fuste a las privaciones; en palabras de Umbral “el pueblo
seguía inventando por su cuenta, no me beses con descaro que nos multa Romojaro, porque
había gobernadores civiles especialmente empecinados en mantener la ortodoxia de los
idilios cinematográficos.”9
La distensión de las costumbres tradicionales relacionada en especial con la época
estival conduce a soluciones que hoy nos parecen insólitas tales como la “Campaña pro
moralidad y fe íntegra. El verano y la moralidad”, que es impulsada desde Madrid por medio
de la edición o reedición de carteles, tarjetas y estampas sobre la modestia en el vestir, la
decencia, el baile, los fines del matrimonio, etc., para ser distribuidas por los católicos en
aquellos lugares donde se considerase que eran necesarios13.
Locales a los
que se describe como verdaderos antros de perdición: locales pequeños, recogidos, interiores
o sótanos, con decorados provocativos, con iluminaciones invitando a la intimidad de las
parejas, permaneciendo siempre en una penumbra amparadora de todo extravío sexual, en
los que normalmente nunca se encuentran más de tres o cuatro parejas, ambiente propicio
para considerarse aislados y libres para sus expansiones eróticas, amenizadas con músicas
de ritmo excitante16.
el Patronato de protección a la Mujer constituyó otro
más de los aparatos ideológicos empleados por el franquismo como mecanismo represivo
encargado de proteger, corregir y regenerar a la sociedad y a aquellas desgraciadas mujeres
que habían caído en un estilo de vida degenerado. Su fin último no era otro más que lograr la
dignificación moral de la mujer, especialmente las jóvenes, para impedir su explotación,
apartarlas del vicio y educarlas con arreglo a las enseñanzas de la Religión Católica22.
Por lo que se refiere al funcionamiento interno del Patronato, las jóvenes que estaban
bajo su tutela podían acceder a esta regeneración por cuatro cauces diferentes confiadas a él
por los Tribunales, particulares u otras autoridades: en casos de prostitución, corrupción, etc.
las jóvenes solían ser recluidas por mandato judicial; en otros casos las menores eran
recogidas de las calles, por hallarse huidas de sus casas, o por encontrarse en establecimientos
de dudosa moralidad, y trasladadas al Patronato por la policía; también podían ser internadas
por sus propios padres sobrepasados por las conductas excesivamente rebeldes de sus hijas o
temerosos de posibles perversiones o peligros; o bien podían ingresar por voluntad propia y
en estos casos el Patronato pasaba a suplir las funciones de la familia actuando como una
verdadera familia legal.
Una vez que las jóvenes, por cualquiera de estos cauces, quedaba bajo la supervisión
del Patronato lo normal era su ingreso en uno de los centros a disposición de esta institución.
Para su funcionamiento el Patronato disponía de un escaso número de instituciones propias,
por lo que dependía de otra serie de instituciones colaboradoras y auxiliares que por regla
general estaban en manos de congregaciones religiosas de Adoratrices del Santísimo
Sacramento, Oblatas del Santísimo Redentor, Religiosas del Buen Pastor o Trinitarias.
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