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Consuelo García del Cid Guerra

en un lugar del mundo

Los que no hemos pasado hambre crecemos con el hambre en la tierra. Para los niños de entonces era la hucha del Domund y la revista “Mundo Negro”. Retrocedo intentado recordar cuando, en que momento preciso fui consciente de ello, y creo que fue en la calle, un día cualquiera, cuando por primera vez vi. “pedir” a alguien. Era blanco, y fue eso lo que me llamo la atención  : El color de su piel. Desde las aulas colegiales, tan alejadas siempre de la realidad, no dejaban de hablar sobre los niños de África. Nos mostraban diapositivas y teníamos mala conciencia a la hora de comer si nos dejábamos algo en el plato. Y para casi todas se trataba de algo muy lejano, casi irreal. Las mujeres iban semi desnudas  y los niños descalzos, con los vientres hinchados, moscas alrededor de la cara y mocos que su madre nunca limpiaba. Era otro mundo, pero todavía no se le llamaba el tercero. Ignoro de donde salio ese concepto. El hombre blanco que pedía limosna tenía los ojos tristes. Le mire sin disimulo y me devolvió la mirada. Al día siguiente estaba allí, apostado en la misma esquina. No tenia otro sitio. Lo supe con el tiempo, del mismo modo en que adivine que el no tenia nada que hacer porque vivía en la calle. Le robe a mi madre cuatro croquetas de la cocina la primera vez y se las puse en su mano. “Gracias”, me dijo. Al día siguiente robe un poco mas, y pasadas algunas semanas, le cogí a mi padre algunos cigarrillos. Pasaba todos los días, camino al colegio, con mi paquetito bajo el brazo. La mujer que nos acompañaba no se daba cuenta de nada. Ni siquiera le miraba. Yo buscaba por las calles a algún negro. Pero nunca vi ninguno. Pensé, entonces, que estarían escondidos en reservas, como los indios de las películas. Y no entendía por que en mi ciudad no había personas de color. Durante el invierno, el señor que pedía llevaba los pies envueltos en papel de periódico. Sin pensarlo demasiado, le robe unas zapatillas y unos calcetines a mi padre. Nunca nos llegamos a dirigir la palabra, y el hombre permaneció en el mismo barrio, caminando de noche y quieto en la misma esquina durante el día. Con los años descubrí el extraño ambiente de un bar., desaparecido hace poco, que se llamaba “Oro negro”. Dos personajes me llamaron mucho la atención : Una mujer con bigote y barba y un hombre muy alto teñido de rubio. La mujer llevaba una larga melena también rubia platino. Siempre estaban juntos bebiendo cerveza. Ella cuidaba su bigote, perfectamente recortado. También la barba. Tenia un timbre de voz chirriante, a lo Gracita Morales. Siempre llevaba un jersey rojo. No se cuanto tiempo debió pasar, probablemente años. Para entonces, ya había visto negros pero no pedían. Les veía deambular vendiendo gafas, collares, alfombras y figuras de madera. La mujer del bigote ya no llevaba aquella larga melena rubio platino ni vestía el jersey rojo. Tenia el pelo gris, tosía mucho y caminaba sin rumbo por las calles del barrio. Empecé a verla sucia y pude comprobar que hablaba sola. Más tarde la vi por Las Ramblas, como un personaje estrambótico más, típico de la zona. Había degenerado mucho y resultaba evidente que vivía en la calle. Tosía y tosía, con un estertor feo. Durante el invierno se metía en los bares buscando calor, pero la echaban. A veces la encontraba sentada en el interior de alguna oficina bancaria, de la que también terminaban echándola. Un día nos encontramos frente a frente y se dio cuenta de que la miraba. Sin detener su paso, me pregunto: “Nena, me quieres recoger?”. Me asuste, no se por que, y le respondí : “No”. Ella siguió andando sin inmutarse. Aquella misma noche me resulto muy difícil conciliar el sueño. La memoria me devolvía las huchas del domund, el colegio, el día llamado de la “santa infancia” y a aquel hombre de la calle. Todo ello, mezclado, supe que era el tercer mundo. Que no se trataba solo de la pobreza, la raza o la suerte. Estaba en la cabeza. En las mentes que en algún momento se extraviaron para abandonarse tras ser abandonados por otros. En las sustancias toxicas, las ideas toxicas donde habitan marcianos y lunas desconocidas. Porque no es solo otra dimensión, es otro mundo habitado por seres que están fuera de orbita. Sin techo y con el hambre del recuerdo, el miedo al invierno, la indiferencia por el día siguiente, ávidos de oscuridad y en busca de una luz que se apago para siempre.

Supe que la mujer con bigote y barba fue a un colegio privado. Que en algún momento se desbarato su dique mental y bajo la escalera del averno para entrar en ese tercer mundo, más desolador que el silencio sepulcral de la muerte.

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