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Consuelo García del Cid Guerra

Caballero andante

Caballero andante

Nunca subí a tus globos ni afloje tu bravura de potro empedernido

La silla de montar brocada queda con el ánima a cuestas, al galope

Paisaje de razón. La dama entra en la corte. Reverenciado has sido

Con nombre de castigo. Minotauro, alboroto, jinete, saltador

La tumba de tus muertos al luto que he vivido. Los sayos. Tú proclamabas

La vejación del cáliz donde un dios suplicaba nada más que clemencia

Tres monedas sonoras junto a la gran bandeja. Un peregrino. Solo.

Una mujer. Inmensa.

Dicen que en la contienda andabas distraído. Que un gladiador, desnudo,

Imploraba clemencia. Sobre la piel del dado dibujabas las trampas

Atrás, un horizonte de puntilla olvidada, presa de tanta usura, enjaretada

De bodoque y festón entretenidos. Tu sudario marcaba las patadas

La herida de un don nadie. Tu princesa cambiada. Y el cuento, entre los dos,

Una cueva privada. Los cuervos la custodian. Las palomas aguantan

Sin volar corren aves y rebuzna aquel tedio tan sumamente tuyo

La pena de perder. Apuesta y perogrullo. Un papiro al azar marcaba ese deseo

El que nunca se dijo. Lo que fue tu argumento. Ensayaban los peces

Un nuevo tapizado seco para todas las rocas. Una estrella de mar, una espada

Sin ruido que amenazo los siglos de los siglos. Imperio submarino.

Iglesia adoradora. Cuando aquella gaviota se encogió tras el alba

Buscando amanecer en tierra extraña, firme, fértil, excusada, nativa

Sopranos que silbaban tu nombre hacia los ecos

Los ecos retornados que no decían nada. Sufrías menoscabo.

Tu boca entre las fiebres consiguió ser salada. Y aun sabiendo el final

Sobre cada memoria se posaron las águilas. Tiempo del entretiempo.

Epilogo. Apellidos. Libro de faltas. La única muñeca que regalaste un día

Se ha cosido de lágrimas. Casi camina. Escapa

Campo a través, torcida, por si fuera mañana

El día de los juicios y las clases de flauta.

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