Caballero andante
Nunca subí a tus globos ni afloje tu bravura de potro empedernido
La silla de montar brocada queda con el ánima a cuestas, al galope
Paisaje de razón. La dama entra en la corte. Reverenciado has sido
Con nombre de castigo. Minotauro, alboroto, jinete, saltador
La tumba de tus muertos al luto que he vivido. Los sayos. Tú proclamabas
La vejación del cáliz donde un dios suplicaba nada más que clemencia
Tres monedas sonoras junto a la gran bandeja. Un peregrino. Solo.
Una mujer. Inmensa.
Dicen que en la contienda andabas distraído. Que un gladiador, desnudo,
Imploraba clemencia. Sobre la piel del dado dibujabas las trampas
Atrás, un horizonte de puntilla olvidada, presa de tanta usura, enjaretada
De bodoque y festón entretenidos. Tu sudario marcaba las patadas
La herida de un don nadie. Tu princesa cambiada. Y el cuento, entre los dos,
Una cueva privada. Los cuervos la custodian. Las palomas aguantan
Sin volar corren aves y rebuzna aquel tedio tan sumamente tuyo
La pena de perder. Apuesta y perogrullo. Un papiro al azar marcaba ese deseo
El que nunca se dijo. Lo que fue tu argumento. Ensayaban los peces
Un nuevo tapizado seco para todas las rocas. Una estrella de mar, una espada
Sin ruido que amenazo los siglos de los siglos. Imperio submarino.
Iglesia adoradora. Cuando aquella gaviota se encogió tras el alba
Buscando amanecer en tierra extraña, firme, fértil, excusada, nativa
Sopranos que silbaban tu nombre hacia los ecos
Los ecos retornados que no decían nada. Sufrías menoscabo.
Tu boca entre las fiebres consiguió ser salada. Y aun sabiendo el final
Sobre cada memoria se posaron las águilas. Tiempo del entretiempo.
Epilogo. Apellidos. Libro de faltas. La única muñeca que regalaste un día
Se ha cosido de lágrimas. Casi camina. Escapa
Campo a través, torcida, por si fuera mañana
El día de los juicios y las clases de flauta.
0 comentarios