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Consuelo García del Cid Guerra

DON JUAN

Escúcheme, le digo, mientras tiembla el misterio. Vestido de terror, maniatado a estos tiempos producto de un mensaje carente de sentido. Se le fué la memoria tanto como perdido ante una dirección fuera de su trinchera. Don Juan tenía un piso. Un primo, un autobús, una esposa y diez madres. Dos hermanos de sangre conocidos, una espada imperfecta, pasó al antepasado ladrón de bicicletas. Estudió Magisterio juntando algunas letras. Se guardó los cuadernos, las notas más numéricas, numerosas al tacto desde aquel graduado. Y creyó, licencioso, que era ya licenciado, catedrático simple, ágrafo colegiado.
Se cebó como un cerdo, compró dos almohadones de falsos terciopelos, timbres de porcelana, amaneceres negros y una pantera idiota esculpida en cartón. La casa era menuda como su trayectoria, enjuta y dividida. Caótica. Menor.
Se soñaba al principio con un hijo arquitecto, un médico, un actor. Niñas taxidermistas danzarinas del vientre, máquinas de escribir sin punto ni mayúsculas. Mayestático, insulso, caliente y domador, Don Juan ha sido un alguien exprimido sin gusto, nuevo rico, cuentista, inútil sin alivio, rostro sin más pudor que una tarde cualquiera se añadía a los pájaros de la jaula oxidada donde toda su hacienda se crió a cañonazos, alpiste y trigo en flor. Alguno de los hijos consiguió su propósito: Entre agujas de muerte se hincaba las costillas, antebrazo, trasero, palmadas hipodérmicas camino del pezón. Caballo de batalla, nieve en polvo, pastilla y palosanto por sentir el sabor de una vida entre tumbos seguida de autopistas marcadas a deguello por querer ser peor. La esquela de su miembro no ha tenido epitafio. Simplemente insistía al tiempo que los gatos arañaban su puerta gritando a las esponjas y pompas de jabón.
Don Juan vivió muy serio la seriedad del borde, el límite añadido, el peligro veloz. Se dió cuenta ya entonces que el mundo es de los listos, los sabios entredichos, iglesia y lupanar.
A pesar del biombo que separaba metros y metros sin medida tras tanto aparentar, Don Juan no hizo el amor con la pierna del centro, no fué casualidad ni quiso ser honor. Por tanto desperdicio una vez y mil años, sobre todo pronóstico con la cara de idiota apostada al balcón, poco antes del salto mortal por excelencia me dijo : "No sabes quién soy yo".

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