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Consuelo García del Cid Guerra

langostinos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Detesto las fechas concretas que por circunstancias sociales nos vemos obligados a celebrar, porque, de no hacerlo, parece que somos unos desgraciados e incluso mala gente. La navidad del ateo es jodida, porque no existe, aunque se empeña en lo contrario todo bicho viviente. Desde los grandes almacenes hasta la vecina que no nos dirige la palabra en todo el año y sin embargo ahora sonríe deseándote lo mejor cuando en realidad le importa un rábano quien seas o como te encuentres. Soy una descreída porque no creo y no tengo el don de la fe cristiana, apostólica y romana ni de ninguna otra. Creo en los hombres aunque muchos me decepcionen y en la bondad como línea de conducta interior y exterior. Eso lo aprendí sola, no precise de clases ni lavados de cerebro académicos. Cometí lo que se llama sacrilegio al hacer la primera comunión: Mordí la hostia con todas mis fuerzas retando al diablo. Las monjas nos decían que eso era pecado mortal y que aparecerían sapos y culebras en mi boca. No paso nada y a partir de aquel instante supe que la historia sagrada no era otra que la mía y la de todo ser humano, aunque estuviera escrita eternamente con forma de cuento, leyenda y doctrina, para conducir comportamientos, premiar y castigar. Con el paso de los años me acostumbre a corresponder las felicitaciones pertinentes del mismo modo en que se dan los buenos días y las buenas tardes. Millones de seres humanos mueren de hambre y no pasa nada. Miles de personas sin techo duermen en las esquinas de mi ciudad y tampoco pasa nada. Muchos de mis amigos están en el paro y no tienen para turrón ni esta noche ni mañana. Mal, eso esta mal, y eso es el mal. Esto de la navidad es una buena excusa para reunir familias desencontradas una vez al año mientras se despellejan unos a otros con la misma habilidad que se pelan los langostinos. Para los que se lo creen es mucho más fácil vivir poniendo todos los acontecimientos en manos de su dios.

“Si dios quiere…”. No metan a su dios en eso, porque muchas veces es uno mismo el que no quiere. “Que dios te lo pague…”, toma castaña. ¿Por qué no lo pagas tu?. Mas de lo mismo : “Se lo pediré a dios…”. Pues pídelo tu, a ver si te lo dan, porque no esta el asunto para milagros.

En fin, les dejo los langostinos. El simulacro de amor y paz ha comenzado. Ya pueden empezar a insultar a cuñados y suegras.

 

“Cuando muera, que me incineren y arrojen el 20% de las cenizas a mi representante”.

Groucho Marx

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