CLUB DE MAR
El chico de ayer tiene este paisaje tatuado en la sombra. Conocido y amado hasta la médula, espinal y tremenda. De todos el más joven, más recuerdo que cosas, resuelto entre palabras hasta el fin de los días. No hay otro atardecer más deseado, ninguna otra ventana al calor del sofá. Esa tapicería esconde calenturas, abrazos clandestinos, besos atornillados con la prisa al reloj, la esfera todo un mundo concluido en un mes. Era angosto y Agosto cuando la hora punta tocaba a su fin. No dijimos adiós, se quedó la memoria atrapada en el sitio, cuerpos por descubrir, aromas a la sal, bravo como la espuma del Atlántico, contra corriente. Educado y dichoso. Amado ex amado, compañero del alma. Estudiados, diplomados, licenciados más tarde para cuando el suspiro era una postal de invierno, puede que el cumpleaños, las campanadas breves de algún otro año nuevo.
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Ese chico de ayer sabe todos los sueños, aposenta sus ojos sobre arena revuelta por patas de gaviota, manada de agua eterna, alquiler de las casas, terrazas temporales donde se nos quedó filmada la palabra sagrada. No hubo otros susurros que tuvieran valor. No desde la clausura empecinada, aquel miedo a ser vistos y el peligro de ser saltamonte indebido, deseo entrecortado, parábola concisa. Nunca ha existido otro. Sabía lo imposible, la insistencia, el telón pesado e incorrecto de fondo. Y en sus profundidades se ha quedado una historia para poder contar. Necesaria, sublime, arrolladora. Nadie, definitivamente nadie, puede dar nada más.
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