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Consuelo García del Cid Guerra

PASION POR LA PRESION

El mundo es tan material que la poesía parece irreal, el delirio de los últimos románticos al borde de la estupidez sin sentido. Pisotean a diario las palabras, se impiden las ideas incomodas y la verdad ofende como nunca. Parece que se ha descubierto una nueva forma de silencio y acaso el desarrollo tecnológico ha frenado el interior de cada uno para que existan los otros. Sentirse diferente es acercarse hacia una forma de locura legal en manos de licenciados que te atiborran de pastillas a la primera de cambio. Si te confiesas triste durante más de una semana, lloras al levantarte, pierdes lentamente la autoestima y te desorientas por la calle, de inmediato eres diagnosticado, peligrosamente clasificado y colocado en posición horizontal con un valium sublingual. Lo que te pasa en el trabajo, el cabrón que te presiona, el que te levanta la voz para llamarte inútil, no tiene mucho que ver, puesto que no deja rastro visual ni marcas en la piel que le delaten. Todo ocurre por dentro, como las procesiones de los ateos que no tienen nada en absoluto a lo que agarrarse excepto a la creencia humana de lo verdaderamente autentico. Las injusticias se suceden con una normalidad prácticamente cotidiana. El maldito es bendecido. El bendito será, antes o después, medicado, y el luchador, perseguido.

Escucho, no me callo, planto cara si es necesario, y empiezo a pensar que soy un estorbo. Ya estoy hecha y nadie podrá deshacerme.

Los discursos espirituales que parten de lo material son como las joyas falsas, la bisutería del alma, una forma de hacer para seguir convenciéndote de grandezas minúsculas, monumentos sin autor y arte alternativo porque probablemente no existe alternativa. Una marcha sospechosa nos conduce hacia atrás, retrocedemos engañados después de haber vivido y sabido que mas allá de las cosas esta el hombre, esta especie imperfecta que no conoce ya un hombro donde llorar, que quiere llevarse todo al otro mundo sin saber casi nada , sin haber leído, sin entender que después de tanto derroche, empacho y descorche, la violencia conduce hacia su mas allá, donde polvo fueron y en polvo se convertirán, por muchos idems que hayan echado fuera de lo moral o lo normal. Les seguirán las ratas que apestaron cloacas, y su propia mortaja se hará consecuencia de los actos y actas concluidas. Y temerán la muerte con la misma intensidad que atesoraron en vida los trofeos logrados sin consideración alguna. Y entonces, solo entonces, no serán nadie.

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