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Consuelo García del Cid Guerra

MARTES

Se ha terminado el tiempo de tu constante incordio. Late por clavicordio un celeste que imita la postura fetal de esas cejas enjutas. Te veo sin mirar. Te oigo y ya no escucho. Ruido. Música. Desde las diferencias llamadas como irreconciliables escupo a tu estatura. Soberbio, lenguaraz, resol molesto. En guardia las sirenas, los ácaros y elfos. Fruta del bosque dura que por mínima escucha la oración medieval de todas las tormentas. Excúsate. Se te sabe traidor y eres reconocido. Por la calle demandas el hecho de tu nombre. Pobre y nada más que pobre hombre. No llames a las puertas. Tus nudillos delatan la razón y la ofensa. En este escrito insisto sobre el perfil maldito que engalana el deudor. Moroso por moral. Apático y abúlico. Aspirante a pirata que me pasa revista como un militar. Bandido. Poca monta. Calvatrueno ridículo del vómito nocturno. Nada más que borracho. Nada más. Poco menos.

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