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Consuelo García del Cid Guerra

Felices Fiestas

Felices Fiestas


 

 
Podría ser cualquier amigo o conocido. No es una situación extraña. Se trata del límite. El principio de un estado peligroso. Poner un pie en la calle, llamar a las puertas de una desventura social que impone voz de alarma. Podría ser tu vecino, aquel compañero de trabajo a quien todavía recuerdas. O podrías ser tú. Nadie está lejos y nunca nos encontramos tan trágicamente cerca de este abismo inmediato.
No es suficiente asumir que las cosas están muy mal. Algo se puede hacer por los casos y las personas. Un poco de calor, color, ayuda puntual, presencia permanente junto a los que -como este hombre- lloran su situación. La mitad de tu plato, un trozo de ese ahorro (si te queda) para que en la casa haya luz, agua y gas, tal vez. Bonhomía, por condición humana. Pero que no me vengan ahora con la Navidad y su impostora piedad. Detesto ese disfraz caritativo que suelta un par de euros para que el indigente se coma un bocadillo, porque resulta que si se compra tabaco o un cartón de vino, es que merece su situación. Está perdido. No vale la pena, aunque tenga más pena que tú, que tu madre, tu padre y toda la familia.
Odio el espumillón, las bolas brillantes de colores colgando de sus abetos y el belén que escenifica al niño que nació en un pesebre. Me pone tan triste como esta llamada de auxilio. Ni siquiera le han preguntado su nombre. No importa cómo se llama. Ya no es puntual, es actual. Podrías ser tú. Podría ser yo. Con una única respuesta : "Así son las cosas".
El premio Nobel de la Paz se ha entregado en Estocolmo a una silla vacía. La llamada a retirar todo el dinero de los bancos ha sido un absoluto fracaso, como era de esperar. Nos falta mucho más -todavía- para una reacción lógica y humana. Las masas no sólo se mueven por el gran poder. Hay que esperar a que se revuelvan para solidificar al pueblo, las casas grandes, los pequeños hogares e incluso los puentes sobre aguas turbulentas.
Pero a mí, esta llamada me toca el corazón. Mucho más que cualquier iniciativa organizada. Se trata de un auxilio espontáneo cuya voz no nos debería permitir mirar hacia otro lado. Porque las cosas pueden y deben ser distintas.
Que no nos arrebaten lo básico. Lo elemental para poder levantarnos cada mañana y mirar el mundo que nos pertenece. Que no nos despojen de todo aquello por lo que luchamos pasando por el tubo aunque no nos gustara.
Que no nos nieguen un peaje que pagamos día tras día para tener un trabajo digno, una vivienda digna, una existencia digna. Que no nos conviertan en seres marginales y personajes molestos.
Esta voz no es un caso aislado. ¿Feliz Navidad?...

 

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