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Consuelo García del Cid Guerra

PERSONAS

“ De quince años para acá, las vocaciones han bajado en un 30% y las clases de religión católica han perdido más de 500.000 alumnos. Y sólo un 34% de las declaraciones de impuestos dan un porcentaje para el mantenimiento de la Iglesia”.

Rosa Montero

El Pais- 28 de Marzo de 2011.

Hoy he visto a un cura con hábito negro por las calles de Salzburgo. Miento, porque eran dos. Paseaban tranquilamente, conversando. Creo que hace más de quince años que no he visto a ninguno en España. El hábito –que no hace al monje- se ha perdido, no se lleva –por lo menos en público-. Recuerdo –cómo no- al famoso padre Apeles, que consiguió poner de moda el alzacuello entre el circuito gay. Y creo que del mismo modo en que Boris Izaguirre representó muy mal al colectivo homosexual en su momento, lo hizo también Apeles con los curas: Mal.

Siento un profundo respeto por las creencias e intento huír de los tópicos. Los dos curas que conozco –uno fraile, por cierto, que no es lo mismo- son bellísimas personas, consecuentes, modelos de vida ejemplar y entregados a los demás.

No soy creyente. La fe es una gracia de la que no dispuse, no se me entregó o no la supe recibir. Vivir supone un trabajo tan sumamente agotador que no puedo imaginar ni en mis peores pesadillas que exista algo más después de la muerte. Por favor, que me dejen descansar. No hace mucho le decía a mi padre –así le llamo- fraile, que por mucho que cambien los sistemas políticos y sus leyes, el bien y el mal no cambian jamás. Alterarlos por conveniencia social y creérselo, supone perder la razón y entrar en el umbral de la locura, aunque de locura cívica se trate.

Quizá, a fuerza de comprobar que la mayoría de los políticos son corruptos, hemos llevado a la hoguera también a los curas, las monjas y toda la iglesia, metiéndolos en el mismo saco, sin distinción alguna, y todavía hay clases. No clases de curas, sino de personas. Acostumbramos a escuchar la mitad del discurso fácil, y a la mayoría, no nos gustan los sermones. Alguien a quien admiré sensiblemente en su tiempo, dijo que no es lo mismo estar gordo que estar hinchado, y cuánta razón tiene. No me extraña en absoluto ese descenso vertiginoso de vocaciones. La religión nunca debió ser una asignatura puntuable en su teoría, y la historia sagrada sólo lo es para el creyente. Sus tablas de la ley han sido alteradas constantemente, y cada uno se ha montado una religión a medida : Resultan tan increíbles como los nuevos budistas, sin ir más lejos, tan detestables como las damas de la caridad, insolidarias por naturaleza.

Se dice que los misioneros lo son a cambio de cristianizar salvajes, pero yo no lo creo.

Quizá porque sí creo en la bondad incondicional de mis dos amigos, como he creído en la de Vicente Ferrer. Confieso que es la única persona que me ha provocado asistir a la iglesia, el día de su funeral, para presentarle mis respetos. No me importó el rito ni el lugar. Me adentré en Santa María del Mar sin recordar siquiera que fue allí donde hice la primera comunión, pero sí me sentí en completa armonía ante la memoria del que ha sido un gran hombre. Tanto como mi amigo fraile y mi amigo cura.

 

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