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Consuelo García del Cid Guerra

El cambio

El cambio

Antes del cambio radical- por llamarlo de alguna manera- , no quisiera dejarme nada en ese tintero que no existe ya, sustituído por teclas incoloras que no dejan huella, no manchan ni permiten la carga en ese hermoso tubo de ensayo que forman parte de las plumas. Esas que ya se venden poco y las que compran, son carísimas, puesto que únicamente se utilizan para estampar una firma importante o bien para ser coleccionadas como se colecciona cualquier otra cosa.

Cuando me acusan de escribir con el hígado, tienen toda la razón. Y es que no puedo evitarlo. Se dispara mi bilis como un volcán necesario, vomito sin dudar y me quedo tan ancha. Qué paz...y eso que vengo conteniéndome con asuntos varios, tan diversos como la vida o las marcas de productos.

Pero vamos a lo que me ocupa : Dejó de preocuparme lo lugareño, el partido, los cargos generales, autonómicos, los nombres y apellidos, los que están y no son...me gustan cuando callan porque sé que no mienten. Querer es poder, las cosas como sean. Alejada me siento de tanto mundanal ruído, música celestial, agrupaciones, callejeras bandas, mochilas o litronas. Mire usted, paso de casi todo. Había pensado colocarme en tribuna, hacer un pis, después un posado para que me lo roben y atracar una farmacia, puesto que me estoy quedando sin orfidales. Y la culpa es de ustedes, que no me han dejado dormir en tantas legislaturas. Desde entonces soy una yonki pastillera de la droga legal, esa que te venden envuelta y casi con papel de regalo.

Carajo lo que he visto en todo este tiempo. No comulgaba ya con ruedas de molino y resulta que la harina continúa fabricando hostias y sagradas formas (créanme, no es lo mismo). Zapatero no se nos va, le echan sin cantar el tema de Los Amaya, su remendón setentero. Por no poner, ni palmeros. Dejará su palacio tal como lo encontró, y partirá, y a su barco no le llamó libertad, y sabe cómo es él, y a qué dedica el tiempo libre. Menudo chollazo. Yo, de mayor, quiero ser siniestra. Puede que lo sea un poco por esas dos rayas negras que preciso meterme en cada ojo, porque sin ellas ando como desnuda en el corte inglés. Y es que en ese luto ocular me encuentro, como si se me hubiera muerto alguien.

Bailaba yo la yenka sólo con la izquierda, y cómo me equivoqué. Creí que la jeta de una moneda era la que daba la cara, y también andaba muy confundida. Ahora busco un piano con el que teclear otras cosas, antes de que el día menos pensado me corten los dedos y digan que es legal.

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