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Consuelo García del Cid Guerra

BARCELONA

BARCELONA

La Barcelona negra, hoy desaparecida, empezaba más allá de la Rambla Santa Mónica. El paseo obligado era un placer inundado de flores, peces de mil colores y fotógrafos improvisados con carteles de fondo cargando un romanticismo cursi con forma de souvenir.
Los bares ilegales funcionaban con contraseña. Alguien te abría la puerta hacia otro mundo mágico, canalla y cautivador. Lo que pasaba allí dentro ya no es confesable, y todos los personajes que conocí han muerto en su mayoría víctimas de excesos varios. Malditos de los de verdad, sin disfraz, apostando por otra vida posible que la ciudad permitía, cosmopolita entonces como ninguna otra. 
Barcelona era una llama viva, incandescente, brutal con la llegada del calor y plagada de secretos durante todos sus inviernos. Pisos compartidos, buhardillas infames, cafés hoy desaparecidos donde se sentaba el poeta a escribir sin descanso, mirando hacia el infinito frente a un café helado. 
Existir era un trago peligroso, sin ganas de volver a casa y apurando las horas antes de claudicar. Pepe Ocaña gritaba en el Bar del Pí, Raúl Núñez derramaba wisky sobre la tumba de su amigo muerto en Amagatotis, y estuve allí como se cuece el pasado, mucho antes de ser joven, contra todo calendario. 
Aquella Barcelona, lamentable y dramáticamente, ha muerto. 

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