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Consuelo García del Cid Guerra

clima moral del asunto

 

 

 

 

 

 

Es que ni en el colegio las cosas estaban claras. No éramos sinceros, quiero decir. El cotilleo, chisme, dime y direte han dirigido todos los lugares desde

nuestra mas tierna infancia. Las verdades ofenden , acostumbramos a decir.

Y depende, todo depende, como la canción. Grandes y pequeñas comunidades se han “hecho” a base de esos repugnantes elementos. Comentarios por la espalda, mentiras, calumnias, falsos testimonios, envidias. Trepas, pelotas, farsantes. Todo ello, agitado, es el clima moral del asunto. Cuando se habla de un lugar “de ambiente”, de inmediato interpretamos que se trata de un local gay, porque el termino lo deja muy claro. No nos sorprende, sin embargo, el hecho de que un restaurante cambie su tipo de público al mismo tiempo en que cambia de dueño. Es una línea insensible la del estilo, del verdadero estilo. Como la elegancia, se tiene o no se tiene, pero difícilmente se aprende. Nos agrupamos por empatias y afinidades. Nos alejamos por lo contrario. Y estamos donde estamos, en lo que a ocio se refiere, por voluntad propia. El aire, el ambiente, el tipo de personas, los temas a tratar, las músicas elegidas…en resumen, la gente, nuestro pequeño mundo, esta hecho a base de elecciones personales. La rebeldía brilla por su ausencia. Los problemas parece que no existen puesto que raras veces se habla de ellos por pudor. Sabemos que no debemos mostrarnos tal cual estamos y muchas veces tampoco tal como somos. La verdad molesta. De la sinceridad se huye. Y la bondad ofende. Excluimos los tres conceptos en lo cotidiano, salvo contadas excepciones, para no quedar al descubierto, marcados y etiquetados. Sin saberlo, pero queriendo, nos hemos dejado adocenar, aborregar en las grandes masas que este y el pasado siglo alzan con sus nuevas estrategias políticas, religiosas y tecnológicas. Pensar se ha convertido en un riesgo. Analizar supone todo un peligro y reflexionar puede colocarnos al borde de la locura. La generosidad es discutible, la solidaridad se entiende con demasiada facilidad, disfrazándola con lo justo, lo escaso para un “no molesten” metido en la moral que –se supone- acompaña a la ética. Pueden engañarnos de la mejor manera, y en esa actitud cómoda por excelencia, nos creemos distintos en base a nada. Porque pasar de largo ante alguien que necesita ayuda es una putada y quien lo hace es un cabrón. Insensible o no, pudiendo o no ayudar, mirando a los ojos o haciendo un gesto aparentemente amable para salir corriendo. Media humanidad sale corriendo. No debe extrañarnos, pues, la falta de implicación, ideas, complicidad, sensibilidad, justicia o lo que se llama simple y llanamente humanidad. Sabemos que el día del padre y de la madre es un invento del Corte Ingles, que el día del amigo se celebra en Latinoamérica y que las Navidades son fechas para gastar más. El resto del año estamos de rebajas, vejados y bajados sobre nosotros mismos, creídos y crecidos sobre nuestras posesiones, apostados en la condición y con la más impura de las razones. Somos, creyentes o ateos, un atajo de herejes.

Decía que la bondad ofende porque deja al descubierto a quien no lo es. La bondad, como la educación, es un sentimiento .Puede vestirse de buenos días, buenas tardes y buenas noches, pero si no hay más, seremos maleducados, farsantes, egoístas y malignos.

El clima moral de los asuntos se lleva en el corazón. Acaba aflorando y dejándonos en ridículo. Puede que se nos tache de soñadores, idealistas y hasta enfermos mentales. El alma existe. Late dentro de uno con la misma fuerza de cualquier músculo. Físicamente cierto, existente y radiografiable. Como la letra pequeña, hay que ponerse gafas para reconocerla. En su caso, se trata de escuchar un dictado puramente sentimental. De ahí surge el informe personal sobre el todo.

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