Blogia
Consuelo García del Cid Guerra

tiene fuego?

 

Voy a dejar un incomodo rastro inconfundible. He descubierto prácticamente casi todas las naves quemadas. Cualquier esquina se asemeja al horizonte, pero es falso. Los huesos desasisitidos me sostienen. Soy casi de un alambre quebradizo, moldeable, apuntalado. Un arma sin fuego que amedrenta conciencias sociales. Las tormentas me temen. El agua solidifica sus maneras y adquiere extrañas formas en mi vientre. Una naturaleza conocida insiste en desvariar y se enfrenta al cambio, sobreviene locura, revolotea un elfo debajo de los pies. Cultivo este lenguaje por miedo a los piratas. Guardo alguna reliquia solo por recordarlo. Mientras, alguien me escribe atrocidades con la calma del ojo que todo lo ve. No sabe nada. No siente. Pero augura un infierno temporal que no se mueve. Todo pasaje hecho es inventado. Este país, el nuestro, es un lugar de cardos. De espinas sin su rosa, de puños prodigados en manos de la farsa mas adecuada y triste. Mentiras agrandadas sobre la historia torpe del lacazán que cuenta un día a día oscuro con luces de neón, discurso apocalíptico, estuche para el tiempo. La caja de los truenos es su corbata azul. El patio de su casa una fuente de nervios, baldosas impolutas, resurrección de perros no nacidos aun.

La lengua, la encomienda, el manuscrito. Buenas tardes, señor. Si mira usted mis huellas sabrá que le he insistido. Escuchara de mi que no se ya creerle, y le oigo sin tregua por si el pájaro cede al terrenal asunto de la supervivencia. Daré voces por ti, procurare que tengas. Te llamare mañana. Mañana, carpe diem. Ese puñal de horas que llaman otro día. De todo lo añadido al calendario ni aquella navidad valió la pena. Tenías un gran árbol apuntalado en medio del salón, regalos a sus pies y ausencias memorables con respecto a los tuyos. Se me quedo grabado el cuento de aquella vendedora de fósforos.

0 comentarios