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Consuelo García del Cid Guerra

MALDAD

Agrio, acido, avinagrado, sobrevino en el beso tu mal sabor de boca

Tu inmenso vientre al sol sonrosando a los cerdos. Por animal me supe

Perdida en tus infiernos. Me detengo al pasar por la que fue tu calle

Casi todas tus casas y tus libros. Ninguno llego a ser pertenecido. Nada

Pudo contigo sobre el sensible peso de aquella enorme grasa de traidor

Vestido de fantasma creaba los mil cuentos. Turbio. Contaminado.

Un dobladillo viejo. Una jaculatoria. Durante el frío babas y sudor para el resto

De un año y otro al lado del gorila que estuvo pisando de todos el primero

Ángel jamás custodio y oraciones herejes. Papel carbón. Plagio. Refrigerio.

Me contaste mentiras perfectamente hechas. Realidades falsas.

Sabias al jabón de los infiernos y al olor de las cárceles. Interrogabas

Jornada tras jornada sobre el mentón satánico del verbo. Tu tono fluctuaba

Monocorde, travieso, peligroso, holgazán. Vendedor de espejismos

Territorio privado donde todo fue tuyo. Cuando la mar en calma

Arrojaste serpientes en la espuma. Por orilla un esputo. Por luna tus cerillas.

Roncabas a la noche superando leones. Jamás hubo tigresa.

Desde el fondo en ti mismo una razón espesa, la del lobo que aúlla

Las mejores tormentas. El polizón perfecto. La masa turbulenta.

Me preguntaba entonces que hembra pudo hacerte. Que clase de coito

Mantuvo la simiente. Esa mujer sin hembra, esa gordura fea. Perfume

Derretido a una extraña razón. Temperamento. Estaba. Mantenía su afán

En ser parte de esto. Tu alma de cuchillos. El edredón poseso.

La tumba de tu afán por existir. Los sesos. Criadillas de puerco aventajado.

Corazón en formol. Venganza. Feto. Incluso al recitar todos los nombres, pienso de tu nariz una caverna helada donde esconder el tiempo

Por mucho que ha pasado no lo olvido. No puedo. Te he visto regresar

A la provincia quieta donde insististe hacer una vivienda. Llovía

Demasiado. Se extendió la pandemia. Un huracán atroz con tu saliva

Desvivido en mi muerte por casi todo el siglo. Salí corriendo, sabes

Que nunca imagine al espejo el aspecto que tuve. Te he borrado.

No eres ya nada más que una guadaña. Se te nota en la cara.

Por el padre que nunca tuvo hijo.

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