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Consuelo García del Cid Guerra

ANTONIO

ANTONIO
Mi padre era un hombre altísimo y delgadísimo que odiaba, entre otras cosas, la corbata.Cuando el sha de Persia puso de moda los jerseys cuello cisne, él se agarró como un clavo ardiendo al sha y se despidió para siempre de las corbatas.En los años sesenta suponía un gran atrevimiento.
Cuando se oía el inconfundible ruído de la llave entrando en casa, un giro lento, característico suyo, los tres hermanos corríamos al recibidor, porque cada día era una sorpresa, una locura mayor, la llegada de mi padre.
La primera vez fué un camión lleno de juguetes descargando ...no era Navidad, ni el cumpleaños de nadie, era un día cualquiera que él convertía en mágico.Pasaba por la calle, vió una tienda con grandes carteles de liquidación por cierre, entró, pactó un precio y llegó en camión a casa mientras sonreía generosamente y nos miraba ...los gritos, los abrazos, los saltos...nos dijo que podíamos quedarnos con casi todo, pero que también debíamos elegir juguetes para los niños del poblado gitano donde mi padre, Antonio, daba clases todas las tardes al salir del bufete de abogados que presidía.
Antonio dejó la corbata y dejó la toga.Era criminalista, y ganó un jucio muy sonado.Consiguió la absolución de un asesino.Nos reunió a los tres, y de la forma más sencilla del mundo nos hizo entender que nunca más volvería a ejercer porque un asesino estaba en la calle y él no podía continuar defendiendo personas malas.
Mi madre puso en grito en el cielo.Antonio llevaba un paquete grande envuelto en papel de embalar.Lo deshizo y nos enseñó un extraño traje negro con pliegues, es la toga, decía,lo que llevamos los abogados en los juicios, ya no me la pondré nunca más.Y así fué.
Para nosotros fué lo mejor del mundo, porque entró a trabajar en el Instituto de Investigaciones`Pesqueras, fundado por el abuelo.Aquello era un acuario inmenso, el único que había entonces en Barcelona.
Un día llegó con un pez negro, muy grande, y un acuario que instaló en el salón.Le llamamos Atila, porque era muy feo.Atila era ciego y se pegaba unos porrazos tremendos contra los cristales del acuario.Mi madre no estaba dispuesta a vivir con un pez ciego que daba el espectáculo en el salón , de modo que mi padre se lo llevó y lo trajo de nuevo con vista en uno de los ojos.No sé cómo lo hizo, pero Atila veía y nadaba como un pez normal.
Pero el día más importante de mi infancia fué la llegada de Chita.Yo estaba en cama con la gripe, y al escuchar los gritos de mi madre y el famoso "Antonio, no ¡¡¡", supe que algo maravilloso estaba pasando.
Antonio trajo un chimpancé.Sí, una mona, pequeña, de la mano.Nos volvimos locos.Chita actuaba como una persona, te daba la mano, te acompañaba, respondía a ciertas órdenes, pero se le iba la olla.Dormía en un cajón de madera con almohadón y sábanas.Se tapaba sola.Se sentaba en la mesa y engullía plátanos, pero de pronto se enfadaba, golpeaba la mesa chillando y lo tiraba todo.
Yo creí que mis padres se iban a separar.Nosotros no queríamos separarnos de Chita.Yo le dije a mi padre que debíamos vestirla, y salimos a la calle con la mona de la mano en busca de una tienda.Todo el mundo nos miraba,se paraba, se reía.Yo me sentía muy importante.En la tienda elegimos un jersey de rayas y unos tejanos, le hicieron fotos, la cogían en brazos, le daban caramelos.
Mi madre no estaba dispuesta a aguantar todo aquello.Chita hacía sus necesidades en un orinal, pero luego se lo tiraba por la cabeza.Se colgaba de las cortinas, deshacía las camas, abría la nevera.
Antonio nos convenció de que debíamos llevarla al zoo.Nos despedimos de ella, después de tres meses de intentar educarla, con muchas lágrimas.
Hoy iba por la calle y he escuchado decir a alguien : "Antonio ¡¡¡¡¡", de la misma forma que lo gritaba mi madre.
Nadie puede imaginar lo que ese nombre significa para mí.
Antonio murió a los 43 años.Nos dió tanta alegría y tanta locura que recordarle es como volver a estar con Chita.Ese era mi padre.



1 comentario

Manolo -

...y el mio.