SALVADOR
A las 9.20 del 2 de marzo de 1974 se usaba por penúltima vez en España, con Salvador Puig Antich, el garrote vil, un brutal sistema de ejecución que, por decisión del rey Fernando VII, sustituyó en 1828 a la horca. Consistía en el estrangulamiento del reo mediante un grueso collar de hierro (que abarca la garganta del condenado) y que se aprieta, accionado mediante un gran tornillo posterior (manipulado manualmente por una manivela), hasta estrujarle el cuello, con rotura de cervicales y asfixia. “La agonía de Salvador duró 20 minutos. Murió a las 9.40”, precisa Arcarazo. Unos minutos más tarde se ejecutó por el mismo método a un delincuente común nacido en la antigua República Democrática Alemana y llamado Georg Wenzel.
“Guardo mucha rabia, mucho dolor… Hoy Salvador no habría muerto”, concluye Carme Puig. “Dicen que el tiempo cura heridas… la nuestra sigue abierta y lo estará hasta que no se reabra el caso y se haga justicia. No puedo vivir con odio… Pero ¡yo no perdono…!”, sentencia Carme Puig Antich.
....
A las 8, 30 de la mañana del 2 de Marzo de 1974, una multitud esperaba en silencio en la Plaza Universidad.Hasta el último segundo se confió en la conmutación de la pena de muerte de Salvador.Alguien gritó que había sido ejecutado y una turba incontrolada, entre los que me encontraba yo, la empredimos a gritos, golpes y fuego.Ladrillos en los macutos que se estrellaban contra los escaparates de las tiendas, autobuses vaciados a la fuerza y colocados en medio de la calle cortando el tráfico, cócteles molotov a diestro y siniestro al grito de : Franco ha matado a Salvador.
Los grises se reproducían como moscas, tiraban botes de humo y balas, tiraban a matar.En la Plaza San Jaime ví caer una bala al suelo, la recogí y todavía la conservo.Por las calles del barrio gótico quedaron un sinfín de pasamontañas negros de los que nos deshicimos en la carrera delante de los grises porque se nos distinguía mucho más.
Miles de octavillas contra el régimen volaban en el aire.Al día siguiente fuí encerrada en el convento de las adoratrices por causas políticas.
“Guardo mucha rabia, mucho dolor… Hoy Salvador no habría muerto”, concluye Carme Puig. “Dicen que el tiempo cura heridas… la nuestra sigue abierta y lo estará hasta que no se reabra el caso y se haga justicia. No puedo vivir con odio… Pero ¡yo no perdono…!”, sentencia Carme Puig Antich.
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A las 8, 30 de la mañana del 2 de Marzo de 1974, una multitud esperaba en silencio en la Plaza Universidad.Hasta el último segundo se confió en la conmutación de la pena de muerte de Salvador.Alguien gritó que había sido ejecutado y una turba incontrolada, entre los que me encontraba yo, la empredimos a gritos, golpes y fuego.Ladrillos en los macutos que se estrellaban contra los escaparates de las tiendas, autobuses vaciados a la fuerza y colocados en medio de la calle cortando el tráfico, cócteles molotov a diestro y siniestro al grito de : Franco ha matado a Salvador.
Los grises se reproducían como moscas, tiraban botes de humo y balas, tiraban a matar.En la Plaza San Jaime ví caer una bala al suelo, la recogí y todavía la conservo.Por las calles del barrio gótico quedaron un sinfín de pasamontañas negros de los que nos deshicimos en la carrera delante de los grises porque se nos distinguía mucho más.
Miles de octavillas contra el régimen volaban en el aire.Al día siguiente fuí encerrada en el convento de las adoratrices por causas políticas.
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