de ERICK STRAND
Los niños jugaban a atrapar la luz. Eran niños grandes que habían vuelto a encontrarse después de un prolongado silencio, después de carencias incontables de caricias, después de tiempos transcurridos tras un beso que sin sospecharlo se les hizo el último. De eso habían pasado muchas lluvias, cuando aún había estaciones. Ahora estaban de nuevo juntos, deslumbrándose, obsequiándose chispas amarillas y azules y tactos fosforescentes. Se besaban sin cerrar los ojos, sin dejar hablar a las palabras porque querrían decir cosas como mañana, o ayer o te prometo. Palabras que, ambos sabían, se suicidan en la luz hasta extinguirla. Ahora tenían una misión: cuidarla de por vida.
Erick Strand
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