JUAN CARLOS MESTRE
No puedo recordar con precisión el primer día que te ví, pero es como si te hubiera visto siempre. Fue en Amagatotis, durante las primeras tertulias literarias de los recién estrenados ochenta. Barcelona ardía. Aparecían pintores, fotógrafos, escultores, poetas y artistas por todas partes. Todos teníamos mucho que hacer y que decir.
Tú eras el maestro por excelencia. Un juglar único, distinto y auténtico. Transcurrió una juventud comprometida que ha permanecido a lo largo de los años, y son ya muchos, más de treinta. Recuerdo, eso sí, tu despedida en el aeropuerto rumbo a Chile. Las postales y las cartas. Tus poemas y los míos. El premio Adonais. Tu regreso final a Madrid. La casa de Barcelona. La noche de aquella fiesta en que me desmayé en tus brazos, embarazada de mi hijo pequeño. Raúl Núñez me daba aire y tú llamabas al médico. Demasiada noche.
Conservo muchas fotos de aquellos tiempos. Casi todos estamos, excepto Raúl, que se marchó para siempre y nos observa desde las estrellas.
Tu palabra sigue siendo valiosa. No como siempre, creo que más que nunca. Tú lo has conseguido. El compromiso y la postura de la palabra. El poeta. El amigo. La persona
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