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Obama espera ahora la respuesta del mundo
El nuevo estilo de liderazgo expuesto en la gira europea requiere resultados para sobrevivir
ANTONIO CAÑO - Washington - 08/04/2009
Sólo el hecho de que no haya noticia de una sola bandera norteamericana quemada o un solo retrato del presidente de Estados Unidos arrastrado por el suelo, hubiera justificado la última gira europea de Barack Obama. Pero, además de eso, el viaje, aún limitado en cuanto a la consecución de resultados concretos, ha marcado un nuevo estilo y abre una nueva época en el liderazgo internacional de la mayor superpotencia.
La gira de Obama ha mostrado al mundo una Administración estadounidense humilde, capaz de reconocer errores, dispuesta a escuchar y aprender de los demás, y, en última instancia, lista para seguir liderando el mundo pero acorde con las exigencias de este tiempo, en alianza con los amigos, en diálogo con los enemigos y, en la medida de lo posible, en paz y en beneficio de las mayorías. Como recordó Obama en Londres, "los tiempos en los que Roosevelt y Churchill se reunían en torno a una copa de brandy y lo arreglaban todo ya han pasado".
"Veníamos a proyectar lo mejor de Estados Unidos y creo que lo hemos conseguido", estima David Axelrod, el principal asesor de Obama. "Hemos recuperado el prestigio y Estados Unidos se ha vuelto a comprometer con el mundo. No puedo recordar un presidente que haya tenido una actuación tan productiva en la escena internacional".
En efecto, el presidente norteamericano ha revitalizado la relación preferente con los aliados europeos, ha abierto una prometedora vía de colaboración con Rusia y China, ha conseguido un sólido respaldo a su estrategia en Afganistán, ha propuesto los primeros pasos para una mundo libre de armas nucleares, ha reconstruido los lazos con un socio vital como es Turquía y ha tendido la mano al mundo islámico con la promesa de que Estados Unidos jamás estará en guerra con ellos.
Todo ello, muy importante como presentación de un nuevo y brillante horizonte para la Humanidad, ha servido para robustecer la credibilidad de Obama y aumentar su fama -si es que esto es todavía posible- entre los ciudadanos de la mayor parte de los países del mundo.
Pero, admitiendo el éxito de imagen, ese esfuerzo puede no servir de mucho si no se ve corroborado por resultados específicos que lo justifique ante la opinión pública estadounidense, que es la que, en última instancia, juzgará. Y, en este sentido, el riesgo de este viaje es que Obama haya ofrecido más de lo que ha obtenido a cambio.
En la cumbre del G-20, todo su trabajo para conseguir un acuerdo sólo se vio relativamente compensado en el terreno que Estados Unidos más apostaba, el de las acciones de estímulo económico por parte de los Gobiernos. En Estrasburgo, las bonitas palabras de reconciliación de los líderes europeos se tradujeron en modestas aportaciones de tropas a largo plazo en Afganistán. Y su oferta al mundo islámico está, evidentemente, pendiente de obtener respuesta.
"Desde luego no esperábamos llegar aquí y cambiar el mundo en una semana, pero creo que hemos conseguido algunos resultados tangibles y hemos sentado las bases para obtener más en el futuro", considera Axelrod.
Algunos resultados hay, por supuesto. La creación de una nueva arquitectura del sistema financiero mundial, así como la inyección de más de un billón de dólares a través del FMI y el compromiso de que los planes de estímulo de las principales economías sumarán 5 billones de dólares al final del año próximo, son acuerdos que satisfacen los objetivos del Estados Unidos en el G-20. Los 5.000 soldados de refuerzo en Afganistán o el inicio de las negociaciones de desarme con Rusia se pueden mencionar también entre los logros de la gira.
Pero, ciertamente, el mayor valor del viaje es lo que representa como inversión para una nueva relación entre Estados Unidos y el mundo. El mejor ejemplo es el de la propuesta de desnuclearización. "La semilla está plantada", en palabras de Axelrod.
El mundo ha visto a un presidente norteamericano capaz de juntar a más de 20.000 personas en una plaza, de acudir con la misma naturalidad a una sinagoga en Praga y a una mezquita en Estambul. Ha visto a un presidente extraordinariamente popular y audaz, que no teme recocer las responsabilidades de su país en la actual crisis económica o en Hiroshima y Nagasaki.
Ese poder de la imagen de Obama puede ser muy rentable para Estados Unidos en el futuro y ha empezado a serlo ya para la comunidad internacional. La mediación de Obama sirvió para evitar un conflicto entre China y Francia en el G-20, fue decisiva para que Turquía aceptara a Anders Fogh Rasmussen como secretario general de la OTAN y ha permitido el primer contacto -el lunes por la noche en Estambul- entre Turquía y Armenia para tratar sobre el genocidio de 1915. "Su capacidad para mediar empieza por su capacidad para escuchar", afirma el portavoz de la Casa Blanca, Robert Gibbs.
Esa capacidad se va a ver puesta a prueba inmediatamente en un mundo que no deja mucho espacio para los buenos propósitos, como Corea del Norte se encargó de recordar en medio de la gira. Obama va a estar enseguida presionado para obtener respuesta positiva a su oferta de un nuevo liderazgo. De momento, Rusia y China, aparentemente ancladas en el viejo patrón, han frustrado los planes norteamericanos de conducir la reacción a Pyongyang a través del consejo de seguridad de la ONU.
"No estamos ciegos a la realidad de que los países tienen sus propios intereses", asegura Axelrod. También Estados Unidos los tiene, por supuesto, y si éstos no se ven compensados suficientemente y pronto, el hermoso eco de esta gira puede acabar convertido en un sueño irrealizable.
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