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Consuelo García del Cid Guerra

Lys ( para Lys Llort i Abanses)

 

He buscado tu gesto en todos los rincones de la memoria. He divisado tu sombra chinesca al pasar la vieja gata junto a mi, lenta y cansada, tan mayestática y cáustica, como lo fuiste tu. He repasado uno a uno todos los nombres de mi agenda, borrando aquellos que nunca fueron nada y los que al final resultaron ser nadie. Mas tarde los molestos, los canallas, los mentirosos, trepas, estupidos y vagos. Con que facilidad se anota un nombre acompañado de números cuando sabes de antemano que te van a llamar, pero nunca lo harás tú. Y ha llegado tu nombre.

Corto y hermoso como la flor que se poso en tu frente. Tu decías que el nombre era lo mas bonito que tenias, lo único valioso. La ausencia ha marcado el camino cierto y este eterno silencio me ha dicho la verdad.

Hoy te he nombrado con la sonrisa abierta. Saberte en paz y a pesar de un final prematuro me provoca el recuerdo de la mujer que has sido. La entregada, perdida, sometida, honesta, generosa y mortal. La tuya fue una magia negra impostada al color de las ojeras. Aquellos ojos huecos inundados de suerte arrepentida, de ocasiones en vano, miserias bajo tierra y amanecer oscuro.

Tu tez de vagabunda, el pantalón caído, la cadera de huesos y un rosario cuyas cuentas insistían en correr hacia atrás. No querías más tiempo ni sabias mas cosas. Era justa y solemne tu forma de empezar y el retiro salvaje que decidiste premeditadamente, en compañía de otros que no eran mas que engendros con forma de testigos. No se hizo el silencio y apareció tu nombre.

Tu me dejaste un libro: “Las lagrimas de Eros”. No pude devolvértelo y viaje hasta Colliuire cuando me enamore. Le pedí a el un viaje de luna de miel pero sin boda, repase mi francés, busque el cementerio y lo deposite en la tumba de Machado. Estabas tan presente que dolían las piedras. Se callaron los pájaros y una tormenta breve se arranco de repente. Sabía que eras tú.

“No puedo con la vida”, repetías, y fue inmensa tu muerte. Aquella dama endeble de porcelana antigua, siempre fuera de tiempo, puntual a las citas, negra como lo grave, sincera y permanente, frágil , adoradora, austera, ceremonial. Ayer no estaba sola. Mi amigo fue tu amigo, y pregunte:

¿Sabes quien entre todos, de todos, era la mejor persona?

-Lys, me respondió.

Y con esa complicidad única en el alma, recordé una vez mas las tremendas palabras de tu padre : “Ha tenido que morirse para no tener ojeras. No sabes lo guapa que estaba, y lo guapa que era”.

 

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